Capítulo 8
Vida en la hacienda
Ese día nos invitaron a comer en casa del señor Caballero, quien tenía
un taller de artículos de fibra de vidrio y era muy respetado por la comunidad.
Fue una atención espléndida, con la sencilla y sincera cortesía del México rural
del Bajío.
Ya de sobremesa salió el tema de la historia de la Hacienda, sin faltar
algún hombre de edad que recordaba que su abuelo le refería las historias de
Ana María, la hija de don Francisco de Urzúa, el segundo Encomendero.
Recordaban que la niña Ana María había sido internada en un convento en
Acámbaro; sin que quedara claro si era con la intención de que profesara o solo
para que estudiara; aunque la tradición siempre se inclinó por la segunda posibilidad.
La joven volvió luego de algunos años, convertida ya en una hermosa señorita,
cortejada por varios jóvenes, hijos de hacendados y mineros de la región.
La casa grande volvió a llenarse de música, canciones y risas de los
jóvenes que llegaban los fines de semana a hacer paseos por los alrededores; a
disfrutar de las aguas termales de Puruagüita y de las “elotadas” que los
peones hacían en grandes hogueras; esta celebración se realizaba cuando se
levantaba la cosecha de maíz. Era muy de ver la alegoría de las carretas,
llenas de flores y bellas chicas ataviadas con vestidos a la última moda de
España. En alguna de esas ocasiones coincidió el paso de una caravana de los
llamados “húngaros”, que no eran tales, sino andaluces que conservaban sus
costumbres trashumantes y sus coloridos vestidos. Se transportaban en fuertes
carros tirados por caballos percherones y a los lados colgaban ollas, sillas y
trastos de todo tipo, necesarios para su vida en el campo; entonces se
organizaban los bailes propios de la tierra patria, aunque la mayoría de los
jóvenes tal vez nunca hubieran cruzado el océano, pero se sentían tan españoles
como sus propios padres.
Las jotas, seguidillas y fandangos competían entre los más gustados por
los jóvenes; algunos danzaban en grandes círculos, tomados de las manos,
danzando al compás de violines, guitarras y tambores.
En tanto unos grupos danzaban y cantaban, otros se ocupaban en comer las
variadas viandas que los sirvientes les servían con prodigalidad. Separados de los
grupos ruidosos, las mujeres de los “húngaros” se ocupaban en leer las cartas o
las manos de los muchachos mas atrevidos. Al caer la noche, volvían a pernoctar
en la hacienda, sin faltar algún joven que hubiese abusado en el consumo de
bebidas embriagantes; pero todo quedaba en lo anecdótico, en lo chusco; los
padres se encontraban ausentes de las diversiones de sus hijos.
Para Ana María, la situación no era festiva, en su corazón extrañaba la
presencia de su casi hermano Serafín. No tenía interés en ninguno de los
muchachos que semana a semana se presentaban en la hacienda con el interés de
conquistar a la rica heredera. Desde luego que todo esto se realizaba a gusto e
interés de don Francisco, que pensaba que ya su hija estaba en edad de tener un
marido y él se encargaría de seleccionar al conveniente para su hija y sus propios
intereses; no descartaba la posibilidad de emparentar con algún rico minero.
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