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LA CATACUMBA ROMANA

lunes, 30 de marzo de 2020

Las grutas de la libertad - Capítulo 7


En el camino del nahual


Serafín, Ignacio y Domitilo salieron muy temprano de la gruta, por una pequeña grieta abierta entre unas rocas, dicha salida los situaba hacia el norte de la Sierra de San Agustín, muy cerca de una vereda poco transitada, que los llevaba hacia San Andrés de Salvatierra; la distancia era de casi siete leguas, por lo que planearon hacer el recorrido en dos jornadas. Como hombres de campo, estaban acostumbrados a caminar casi en la oscuridad, por lo que no tuvieron problema en empezar la jornada a la luz de las estrellas; la luna estaba en menguante y era poco lo que ayudaba.
La mañana era fresca e iban cuesta abajo, por lo que cuando vieron los primeros rayos del sol, ya tenían un buen avance. Cuando el sol había avanzado dos tercios de su carrera al zenit, los muchachos pararon a descansar y almorzar, cerca de un aguaje que se surtía de los escurrimientos de la montaña, Serafín no dejaba de pensar en las recomendaciones de su abuelo, aunque aún no lo comentaba con sus amigos. Con el pretexto de ir a hacer sus necesidades, Serafín se adentró en el bosque, cuesta arriba, pero sin perder de vista el escurrimiento de agua; como a cien metros de donde se encontraban sus amigos, halló un gran pino que era regado por ese constante fluir de agua, por lo que había suficiente humedad para albergar una buena colonia de hongos. Los había de diferentes clases, pero se fijó que, cerca de la base del árbol, crecía un grupo de pequeños hongos, con cuerpo cónico, como clavos, de color amarillo pardo, por lo que no dudó al reconocerlos: era “teonanacatl”, el alimento de los dioses, por lo que, con todo respeto se postró al pie del árbol y con la mente hizo una oración a los dioses, para que le permitieran cortar los hongos. Extrajo de su morral un pequeño braserillo, encendió unas ramas secas y colocó encima un poco de resina de copal y a poco se esparció por el entorno el dulce aroma con el que se halagaba a la divinidad. Luego de unos minutos de oración en silencio, Serafín apagó las brasas que quedaban y guardando sus utensilios, volvió al lado de sus amigos. Hasta entonces se dio cuenta que un poco arriba, en la colina, lo miraba un lobo; los ojos amarillos del animal lo seguían en cualquier movimiento que hiciera. Serafín estaba quieto, para no provocar que el lobo lo atacara. De pronto recordó al cachorro de lobo que había encontrado hacía unos años y que después se había ido en silencio, tal como había llegado… ¿Sería el mismo animal?
A fin de averiguarlo, se empezó a mover con cuidado, lento, sin dejar de mirar al animal; de pronto el viento llevó hacia el lobo el olor de Serafín y el animal empezó a mover el rabo y con alegría se dirigió a Serafín, que ya no tuvo duda alguna que era su amigo. Lo acarició y le habló como lo hizo en aquellas largas jornadas de soledad, en que su única compañía, era el cachorro de lobo. En tanto acariciaba a su amigo, Serafín pensaba que debería decirles a sus amigos, a fin de permanecer en el lugar y poder recoger los hongos al día siguiente. Serafín decidió que debería decirles la verdad; ellos ya estaban preparados y era conveniente que conocieran esos pequeños detalles en la vida del chamán. Acompañado del lobo, se presentó a sus amigos.
—Amigos, hay algo que debo decirles, el día de ayer me visitó mi abuelo cuando estábamos en la gruta, ustedes lo vieron. La razón de su visita fue para seguirme enseñando lo referente a los nahuales; existe algo que llaman “el camino del nahual”, que mas que una vereda por donde caminar, es una serie de conocimientos que debo ir acumulando a lo largo de los años. La enseñanza no acaba nunca; el mundo y la Creación toda, son inmensos, interminables; una de las cosas es encontrar los hongos necesarios para los rituales. Además de hallarlos, existe un ritual para su recolección, por lo que debemos pasar la noche en este lugar; acabo de encontrar unos hongos que debo recoger por la mañana.
—Pos ta’bueno, ─repuso Domitilo─ tú mandas y si hay que dormir aquí, pos asina lo haremos, ¿qué no? ─Dijo mirando a Ignacio, que solo respondió asintiendo con la cabeza─. Pero dinos que hace ese lobo junto a ti, ¿no nos atacará a nosotros, que no somos nahuales?
—No le tengan miedo, este lobo es aquel que les conté que me hallé cuando estuve solo en el monte durante muchas lunas; entonces era un cachorro y cuando yo me regresé al pueblo, él se quedó en el monte, donde es su casa, pero no me ha olvidado. Este animal solo atacará a quien me quiera hacer daño.
—Muy bien, ─contestó Serafín─ como todavía es temprano, después de almorzar nos iremos de cacería, a fin de tener alimentos para la comida y la cena.
Fuera de la cueva, los amigos prepararon una buena lumbre donde calentar unos tacos que sus madres les habían puesto; de una mata cercana, Domitilo arrancó un puñado de chiles, con lo que condimentaron su almuerzo; el agua de sus guajes se mantenía fresca, era agua del manantial de la gruta y con ella acompañaron sus alimentos. Luego de almorzar, los muchachos se recostaron sobre la hierba, mirando al cielo azul, por donde cruzaban unas perezosas nubes blancas, como de algodón. Al lobo le dieron algunos trozos de tortillas y unas tiras de carne seca, que devoró en un instante y luego se echó junto a Serafín
—Debo decirles otra cosa, mi abuelo me recomendó que no nos dejemos ver en los pueblos y caseríos, así es que, cuando nos encontremos con alguno, nos subiremos al monte. Además, debemos aprender a hacernos invisibles, no sé como, pero lo iremos aprendiendo los tres, ¿les parece?
—Pos claro que sí, ─contestó Ignacio entusiasmado─ tú dirás pa cuando empezamos.
—En cualquier momento podremos ver a mi abuelo y él nos irá instruyendo.
Ya puestos de acuerdo, los tres amigos se dieron a la tarea de cazar algunos animales para su cena y posteriores alimentos. No tuvieron mucha dificultad para hacerse de dos gordos conejos y una liebre; además de unas cuantas palomas, todo ello ayudados por el lobo, que era un cazador experto. Establecieron su campamento retirados de la vereda; aunque poca gente caminaba por ella, no se podía descartar la posibilidad de que alguien los viera. Eligieron un hueco que formaban unas grandes rocas, a la sombra de frondosos pinos y no lejos del escurrimiento de agua. En tanto unos se dedicaban a desollar los animales, el otro preparó una hoguera. Luego de cenar, los muchachos se pusieron a platicar al calor de la fogata. El lobo tuvo su cena especial; le tocó la liebre, la que se comió de acuerdo con su instinto:
—¿Y tas seguro de que tu tata, va a venir?, ─preguntó Domitilo─.
—Claro que estoy seguro, el abuelo siempre cumple lo que ofrece y debo seguir preparándome.
—Y cuando ya seas nahual ¿qué vamos a hacer nosotros?, pos tú serás importante y, pos nosotros semos puros tarugos.
—Nada de eso, amigos, a ustedes ya se les olvidó lo que aprendimos, de las lecciones que nos pasó la niña Ana María, pero yo me encargaré de recordárselo; tienen que expresarse bien, para que los vean de otra manera… Ya verán…
En esas pláticas estaban cuando, bajando por el cerro, se escucharon pasos, el lobo se levantó y gruñó mostrando los dientes y con los pelos del lomo erizados; los muchachos se pusieron alertas, no se tratase de algunos asaltantes, que abundaban en esos tiempos. Las pisadas se escuchaban cerca, aunque los muchachos no atinaban a adivinar por donde les llegarían; cuando escucharon el golpe de un cuerpo al caer sobre la piedra que los resguardaba. Luego escucharon la risa del viejo nahual y se tranquilizaron.
—Los he asustao ¿verdá?─ ja, ja, ja. Deben ponerse listos, pos si fueran unos malhoras, se las iban a ver bien negras. Aunque veo que volviste a encontrar al lobo, eso está bueno.
—Qué, ¿no van a invitar un taco a este viejo caminante?
—Claro que sí, abuelo, por la sorpresa hasta se nos olvidan las obligaciones.
Serafín tomó unos trozos de carne de conejo que ya habían salado y estaba puesta a secar, arrimó unas ramas a la hoguera y colocó la carne sobre unas piedras calientes; junto puso a calentar unas tortillas y le pasó a su abuelo un guaje con agua fresca. El viejo dio un largo trago y esperó a que la carne estuviera bien cocida; cuando estuvo lista, envolvió la carne en una tortilla y mordió un chile que estaba junto a las piedras. Su escasa dentadura le hacía comer con lentitud, pero cuando terminó, invitó a su nieto a retirarse un poco del campamento, para continuar con su enseñanza.
—Veamos, empezó el viejo nahual, ¿has practicado algo de lo que comentamos la otra noche?
—Sí, abuelo, me puse a buscar unos hongos y ya los encontré, hice toda la ceremonia como tú me enseñaste y por eso nos quedamos a dormir aquí, para recogerlos temprano, si los dioses me lo permiten.
—Bien, ─dijo con seriedad el anciano─ eso está muy bueno. Hoy vamos a empezar tu entrenamiento con los hongos, yo traigo algunos y yo te orientaré. ¿Estás preparado?
—Sí, abuelo, lo estoy y solo espero que tú me orientes.
—Muy bien muchacho, primero debemos encender los braserillos y quemar el copal para que los dioses estén contentos con nosotros y para que nos permitan acercarnos a su mundo. El viejo sacó sus utensilios y, luego de encender la lumbre, colocó unas bolitas de resina de copal y el dulce aroma los envolvió, después dijo una oración, elevando las manos al cielo, como en una súplica:
—«!Oh, dioses de mis padres, de mis abuelos y de los abuelos de mis abuelos! miren a este pobre e inmerecido servidor y permítanme pasar mis conocimientos a este muchacho, que es carne de mi carne y hueso de mis huesos, para que siga con la tarea de servirles a ustedes. Hoy probará por vez primera el “teonanácatl”, alimento sagrado de ustedes, benevolentes dioses de mis padres, permitan a mi muchacho que pueda ver en el tiempo y conozca sus designios» ─Luego quedó en silencio, con las manos unidas y la cabeza gacha, como esperando alguna respuesta. Levantó con lentitud la cabeza y mirando a Serafín, le dijo─:
—Debes memorizar esta oración; deberás hacerla siempre que vayas a iniciar algún trabajo, lo mismo para aliviar de sus dolencias a la gente, como para recoger los hongos sagrados o las plantas curativas que los dioses nos entregan; si alguna vez faltas a ello, los dioses pueden castigarte y hasta retirarte el cargo de nahual; recuerda que no lo obtienes por tus méritos, sino por la bondad de nuestros dioses.
Serafín no pronunció palabra, solo asintió con la cabeza y guardó en su memoria toda la ceremonia que realizaba su abuelo.
—Muy bien, Itzmín, ponte cómodo, sentado con las piernas cruzadas. Comerás este hongo que los dioses te permiten, máscalo lento y bebe un poco de agua, solo un poco. Luego permanece con los ojos cerrados, los dioses se comunicarán contigo y, cuando despiertes, me narrarás lo escuchado.
Le dio un trozo de hongo, plano y gris claro, Serafín lo mascó con lentitud y bebió un poco de agua fresca. El sabor era un tanto amargo y le adormeció la lengua en cuanto los jugos del vegetal tocaron sus papilas. Luego de algunos minutos, empezó a escuchar el movimiento de las plantas; el reptar de una serpiente; el aletear de un tecolote y sintió las patas de una hormiga que le subía por una pierna. En seguida vio como un resplandor de mil colores que vibraban y ondulaban. Mantenía los ojos cerrados, pero parecía como si estuviera viendo todo aquello a plena luz del día. Después empezó a ver a un hombre alto; alto y fornido; vestido con un taparrabo de piel de venado y una gran capa de color rojo. Su ropa estaba muy adornada con plumas de ave de mil colores; su cabeza tocada con un gran penacho de plumas rojas, blancas y verdes; portaba un gran pectoral de oro y gruesas pulseras del mismo metal lucía en brazos y tobillos. Sus pies estaban calzados con cactli de piel de conejo. Miró a Itzmín con detenimiento y le preguntó:
–«¿Quien eres tú, muchacho, que viene al tiempo de los dioses? ─Serafín le respondió─: ─Soy Itzmín y los dioses de mis padres, de mis abuelos y de los abuelos de mis abuelos, me lo han permitido; estoy en el camino del nahual, para prepararme y servirlos. El dios se le quedó mirando, observándolo y luego dijo:
Soy Curicaveri, señor del fuego y dios de los recolectores y de los hombres que van a la guerra. Sé bienvenido y escucha. Tú serás un gran nahual, que ayudarás a tu gente, a tu pueblo y nos darás grandes honores a tus dioses; pero vienen tiempos muy duros para tus hermanos. Tiempos de guerra, de hambre y sufrimiento. Muchos de ellos morirán, pero lo harán por la libertad de sus hermanos. Esto no lo verás tú, ni tus hijos, pero los hijos de tus hijos si verán los cambios. Verás tiempos de guerra, de blancos y de indios contra blancos. Tu trabajo como nahual será intenso y tu vida se prolongará en el tiempo; tu descendencia será numerosa y de ellos saldrán nuevos nahuales, quienes irán recibiendo la herencia de padre a hijo; tu abuelo te enseñará bien, confía en su experiencia; los dioses lo vemos con simpatía, porque ha sabido guiar a su gente. Por ahora debes ser muy cuidadoso, nosotros te iremos acercando a personas importantes; unos purépechas y otros hombres blancos. Para que confíen en ti, deberás tener dos caras, pero un solo corazón; esto quiere decir que siempre actuarás en el sentido recto, nunca traiciones; si lo haces, entonces dejaríamos de ayudarte y tu vida sería un infortunio. Cuando te sientas confundido, utiliza el alimento de los dioses, el “teonanácatl”; háblame y recuerda, soy Curicaveri y ten por seguro que siempre acudiré en tu ayuda y tienes mi permiso para recolectar el teonanácatl necesario para tus ceremonias, pero nunca se lo debes dar a nadie que no sea nahual; recuerda que es la comida de los dioses y solo nosotros sabemos quién puede comerlos. Ahora debes dormir, hijo mío, para que puedas servirme deberás estar descansado. Nunca abandones a Coyoltzin y a Azcatl; siempre serán tus compañeros y solo los dioses saben el destino que tiene dado a cada uno de ellos, pero siempre serán necesarios para el cumplimiento de tu misión»
Serafín abrió los ojos, que estaban un poco vidriosos, sentía la boca seca y le ardía la lengua, tal vez por deshidratación; no se había dado cuenta que llevaba algunas horas sin beber agua. Aun su vista no recuperaba su visión normal; veía a su abuelo como a través de un cristal deformado, todo su entorno parecía danzar al ritmo de una música inexistente; en realidad se sentía como flotando en un lago ventoso de mil colores.
Cerró los ojos y debió quedarse dormido; cuando recobró la consciencia ya había amanecido. Su abuelo estaba junto a él, pero tenía preparada una buena lumbre y en un jarro de barro hervía una infusión de yerbas aromáticas. Cuando el viejo nahual se dio cuenta que Serafín abría los ojos, retiró el jarro del fuego y se lo acercó a los labios; el muchacho reaccionó al sentir el calor en la boca y bebió un poco de la infusión, estaba endulzada con miel de avispa; no obstante, sintió cierto alivio, por lo que continuó bebiendo hasta recobrar clara la visión y dejar de sentir esa sed que le quemaba.
—¿Cómo te sientes, Itzmín?, ─preguntó el anciano mirando el rostro de su nieto─.
—Un poco desorientado, abuelo, tenía mucha sed, pero el te me cayó bien.
—Es natural, hijo mío, es la primera vez que pruebas la “comida de los dioses”, pero te irás acostumbrando; llegará el momento que, al terminar la ceremonia, te sientas bien; tal vez con algo de sed, pero deberás tener preparada la bebida para que la consumas y te sientas bien.
—¿Qué yerbas debo tener preparadas?
—Son muchas las yerbas que debes conocer para aliviar muchas enfermedades; siempre debes llevar en tu morral, suficiente epazote, manzanilla, cuachalalate y miel de avispa; es importante que sea miel negra, si le pones miel de abeja, te puede hacer un efecto contrario; esa miel es de flores perfumadas. Antes de que comas el “teonanácatl”, deberás preparar la infusión, para que la tomes al despertar. Procura instruir a tus amigos, ellos serán como tus ayudantes. Ahora dime, hijo, ¿te hablaron los dioses?
Serafín contó al abuelo todo lo que había visto, le contó que estuvo frente a Curicaveri, señor del fuego y de los recolectores; le comentó que le había permitido recolectar los hongos necesarios para las ceremonias y le platicó con todo detalle lo que estaba por venir, aunque Curicaveri nunca le dijo si esos acontecimientos serán pronto. El abuelo escuchó con toda atención y luego de meditar con cuidado todo lo escuchado, dijo a su pupilo:
—Itzmín, hijo mío, me haces muy feliz, eres un hombre afortunado, pocos son los nahuales que han tenido la fortuna de ver a Curicaveri, el señor del fuego; tú no solo le has visto, sino que te ha permitido conocer los acontecimientos que están por venir; nuestro dios te ha tomado bajo su tutela y eso indica la grandeza de tu alma; serás un nahual muy recordado entre nuestros hermanos purépechas.
—Nuestro dios, Curicaveri, ─continuó el nahual─ te ha comentado que vienen tiempos muy duros, tiempos de guerra en que morirán muchos hombres. Lucharán blancos e indios contra blancos. No lo comprendo, pero debe tener relación con esa inquietud que se está sintiendo por distintos rumbos; ya los hombres no quieren trabajar en las haciendas, los capataces los tratan como esclavos. Pero debes tener cuidado, porque los españoles criollos andan muy alborotados; parece que ya no quieren que los gobiernen enviados de España.
─Pero eso, Itzmín, es asunto de los blancos, tú no debes inmiscuirte; observa y escucha, busca a nuestros hermanos y comprende sus demandas. Por lo que te dice Curicaveri, el cambio que se busca está lejano, pero no por ello se debe renunciar a buscarlo. Prepárate y no te des a notar entre los blancos, pero procura que nuestra gente sepa de ti, yo te ayudaré en lo posible.
El viejo nahual se quedó en silencio y Serafín también pensaba en todo lo visto y escuchado. No alcanzaba a ver todo lo que implicaba el conocer los acontecimientos futuros, pero intuía que era riesgoso. Pensó en sus padres, que se quedaban en Puruagua. Vino a su mente Ana María, ella era criolla y su padre español, ¿qué les deparaba el futuro? Tal vez mas adelante pudiera hacer algo por ella, desde luego no por don Francisco. En fin, ya el tiempo iría marcando el rumbo a tomar.
Después de un largo silencio de casi una hora, volvió a hablar el abuelo, mirando con detenimiento a su nieto:
—Itzmín, hijo mío, tienes un futuro lleno de sorpresas; para que puedas salir bien de lo que venga, es necesario que te prepares. A partir de hoy, nos estaremos viendo mas seguido; es voluntad de Curicaveri que seas el nahual de su elección y ese es un gran honor para ti, pero una enorme responsabilidad. Ahora vamos a recolectar esos hongos que hallaste. Observa la naturaleza, en ella encontrarás todo lo que necesitas para ayudar a tus hermanos. No lo olvides, tu deber es curar, aunque te lo pidan y te paguen bien, no debes hacer magia negra, eso ofendería a Curicaveri y tu castigo sería terrible.
Los dos hombres empezaron a subir en busca del sitio donde Serafín encontró los hongos; a poco llegaron al sitio, al pie del gran pino, la humedad reinante mantenía un buen ambiente para la proliferación de esas plantas. El viejo las observó y movió la cabeza de manera afirmativa; hizo una seña a Serafín para que iniciara la ceremonia.
El muchacho extrajo de su morral el braserillo y los utensilios necesarios para hacer la lumbre, cuando estuvo lista, colocó unas bolitas de resina de copal; luego de sahumar el lugar, se sentó con las piernas cruzadas bajo su cuerpo e hizo su oración:
—«¡Oh gran señor Curicaveri!, señor del fuego y de los recolectores, te agradezco que me hayas mostrado el sitio donde crece tu alimento, el sagrado Teonanácatl, permíteme recolectarlo a fin de llevar a cabo tus designios, concédeme señor, el favor de tu voz y tu protección»
Luego de hacer su petición, Serafín tomó con cuidado las frágiles plantas, las colocó sobre un lienzo que llevaba preparado y las envolvió con reverencia; hizo un pequeño bulto y lo guardó en su morral; luego apagó el braserillo y se reunió con su abuelo, que lo miraba satisfecho.
—Has realizado muy bien la ceremonia de la recolección, ahora debes poner a secar los hongos; de otra forma su misma humedad los echará a perder, los debes consumir cuando estén secos. Ahora vuelve con tus amigos para que almuercen y sigan su camino; recuerda que en San Andrés te encontrarás con otro nahual, con el que recibirás otras enseñanzas.
El anciano se volvió al monte y se perdió entre los árboles, luego se vio que un gavilán salía de entre los matorrales y emprendía el vuelo. Serafín se quedó pensando si acaso esa ave era su abuelo transformado. Ya llegaría a conocer tales secretos.

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