En el camino del nahual
Serafín,
Ignacio y Domitilo salieron muy temprano de la gruta, por una pequeña grieta
abierta entre unas rocas, dicha salida los situaba hacia el norte de la Sierra
de San Agustín, muy cerca de una vereda poco transitada, que los llevaba hacia
San Andrés de Salvatierra; la distancia era de casi siete leguas, por lo que
planearon hacer el recorrido en dos jornadas. Como hombres de campo, estaban
acostumbrados a caminar casi en la oscuridad, por lo que no tuvieron problema
en empezar la jornada a la luz de las estrellas; la luna estaba en menguante y
era poco lo que ayudaba.
La mañana era
fresca e iban cuesta abajo, por lo que cuando vieron los primeros rayos del sol,
ya tenían un buen avance. Cuando el sol había avanzado dos tercios de su carrera
al zenit, los muchachos pararon a descansar y almorzar, cerca de un aguaje que
se surtía de los escurrimientos de la montaña, Serafín no dejaba de pensar en
las recomendaciones de su abuelo, aunque aún no lo comentaba con sus amigos.
Con el pretexto de ir a hacer sus necesidades, Serafín se adentró en el bosque,
cuesta arriba, pero sin perder de vista el escurrimiento de agua; como a cien
metros de donde se encontraban sus amigos, halló un gran pino que era regado
por ese constante fluir de agua, por lo que había suficiente humedad para
albergar una buena colonia de hongos. Los había de diferentes clases, pero se fijó
que, cerca de la base del árbol, crecía un grupo de pequeños hongos, con cuerpo
cónico, como clavos, de color amarillo pardo, por lo que no dudó al
reconocerlos: era “teonanacatl”, el
alimento de los dioses, por lo que, con todo respeto se postró al pie del árbol
y con la mente hizo una oración a los dioses, para que le permitieran cortar
los hongos. Extrajo de su morral un pequeño braserillo, encendió unas ramas
secas y colocó encima un poco de resina de copal y a poco se esparció por el
entorno el dulce aroma con el que se halagaba a la divinidad. Luego de unos
minutos de oración en silencio, Serafín apagó las brasas que quedaban y guardando
sus utensilios, volvió al lado de sus amigos. Hasta entonces se dio cuenta que
un poco arriba, en la colina, lo miraba un lobo; los ojos amarillos del animal
lo seguían en cualquier movimiento que hiciera. Serafín estaba quieto, para no
provocar que el lobo lo atacara. De pronto recordó al cachorro de lobo que
había encontrado hacía unos años y que después se había ido en silencio, tal como
había llegado… ¿Sería el mismo animal?
A fin de
averiguarlo, se empezó a mover con cuidado, lento, sin dejar de mirar al
animal; de pronto el viento llevó hacia el lobo el olor de Serafín y el animal
empezó a mover el rabo y con alegría se dirigió a Serafín, que ya no tuvo duda
alguna que era su amigo. Lo acarició y le habló como lo hizo en aquellas largas
jornadas de soledad, en que su única compañía, era el cachorro de lobo. En
tanto acariciaba a su amigo, Serafín pensaba que debería decirles a sus amigos,
a fin de permanecer en el lugar y poder recoger los hongos al día siguiente.
Serafín decidió que debería decirles la verdad; ellos ya estaban preparados y
era conveniente que conocieran esos pequeños detalles en la vida del chamán.
Acompañado del lobo, se presentó a sus amigos.
—Amigos, hay
algo que debo decirles, el día de ayer me visitó mi abuelo cuando estábamos en
la gruta, ustedes lo vieron. La razón de su visita fue para seguirme enseñando
lo referente a los nahuales; existe algo que llaman “el camino del nahual”, que mas que una vereda por donde caminar,
es una serie de conocimientos que debo ir acumulando a lo largo de los años. La
enseñanza no acaba nunca; el mundo y la Creación toda, son inmensos, interminables;
una de las cosas es encontrar los hongos necesarios para los rituales. Además
de hallarlos, existe un ritual para su recolección, por lo que debemos pasar la
noche en este lugar; acabo de encontrar unos hongos que debo recoger por la
mañana.
—Pos ta’bueno,
─repuso Domitilo─ tú mandas y si hay que dormir aquí, pos asina lo haremos,
¿qué no? ─Dijo mirando a Ignacio, que solo respondió asintiendo con la cabeza─.
Pero dinos que hace ese lobo junto a ti, ¿no nos atacará a nosotros, que no
somos nahuales?
—No le
tengan miedo, este lobo es aquel que les conté que me hallé cuando estuve solo
en el monte durante muchas lunas; entonces era un cachorro y cuando yo me
regresé al pueblo, él se quedó en el monte, donde es su casa, pero no me ha
olvidado. Este animal solo atacará a quien me quiera hacer daño.
—Muy bien, ─contestó
Serafín─ como todavía es temprano, después de almorzar nos iremos de cacería, a
fin de tener alimentos para la comida y la cena.
Fuera de la
cueva, los amigos prepararon una buena lumbre donde calentar unos tacos que sus
madres les habían puesto; de una mata cercana, Domitilo arrancó un puñado de
chiles, con lo que condimentaron su almuerzo; el agua de sus guajes se mantenía
fresca, era agua del manantial de la gruta y con ella acompañaron sus
alimentos. Luego de almorzar, los muchachos se recostaron sobre la hierba,
mirando al cielo azul, por donde cruzaban unas perezosas nubes blancas, como de
algodón. Al lobo le dieron algunos trozos de tortillas y unas tiras de carne
seca, que devoró en un instante y luego se echó junto a Serafín
—Debo
decirles otra cosa, mi abuelo me recomendó que no nos dejemos ver en los
pueblos y caseríos, así es que, cuando nos encontremos con alguno, nos
subiremos al monte. Además, debemos aprender a hacernos invisibles, no sé como,
pero lo iremos aprendiendo los tres, ¿les parece?
—Pos claro
que sí, ─contestó Ignacio entusiasmado─ tú dirás pa cuando empezamos.
—En
cualquier momento podremos ver a mi abuelo y él nos irá instruyendo.
Ya puestos de
acuerdo, los tres amigos se dieron a la tarea de cazar algunos animales para su
cena y posteriores alimentos. No tuvieron mucha dificultad para hacerse de dos
gordos conejos y una liebre; además de unas cuantas palomas, todo ello ayudados
por el lobo, que era un cazador experto. Establecieron su campamento retirados
de la vereda; aunque poca gente caminaba por ella, no se podía descartar la
posibilidad de que alguien los viera. Eligieron un hueco que formaban unas
grandes rocas, a la sombra de frondosos pinos y no lejos del escurrimiento de
agua. En tanto unos se dedicaban a desollar los animales, el otro preparó una
hoguera. Luego de cenar, los muchachos se pusieron a platicar al calor de la
fogata. El lobo tuvo su cena especial; le tocó la liebre, la que se comió de
acuerdo con su instinto:
—¿Y tas
seguro de que tu tata, va a venir?, ─preguntó Domitilo─.
—Claro que
estoy seguro, el abuelo siempre cumple lo que ofrece y debo seguir
preparándome.
—Y cuando ya
seas nahual ¿qué vamos a hacer nosotros?, pos tú serás importante y, pos
nosotros semos puros tarugos.
—Nada de
eso, amigos, a ustedes ya se les olvidó lo que aprendimos, de las lecciones que
nos pasó la niña Ana María, pero yo me encargaré de recordárselo; tienen que
expresarse bien, para que los vean de otra manera… Ya verán…
En esas
pláticas estaban cuando, bajando por el cerro, se escucharon pasos, el lobo se
levantó y gruñó mostrando los dientes y con los pelos del lomo erizados; los
muchachos se pusieron alertas, no se tratase de algunos asaltantes, que
abundaban en esos tiempos. Las pisadas se escuchaban cerca, aunque los
muchachos no atinaban a adivinar por donde les llegarían; cuando escucharon el
golpe de un cuerpo al caer sobre la piedra que los resguardaba. Luego
escucharon la risa del viejo nahual y se tranquilizaron.
—Los he
asustao ¿verdá?─ ja, ja, ja. Deben ponerse listos, pos si fueran unos malhoras,
se las iban a ver bien negras. Aunque veo que volviste a encontrar al lobo, eso
está bueno.
—Qué, ¿no
van a invitar un taco a este viejo caminante?
—Claro que
sí, abuelo, por la sorpresa hasta se nos olvidan las obligaciones.
Serafín tomó
unos trozos de carne de conejo que ya habían salado y estaba puesta a secar,
arrimó unas ramas a la hoguera y colocó la carne sobre unas piedras calientes;
junto puso a calentar unas tortillas y le pasó a su abuelo un guaje con agua
fresca. El viejo dio un largo trago y esperó a que la carne estuviera bien
cocida; cuando estuvo lista, envolvió la carne en una tortilla y mordió un
chile que estaba junto a las piedras. Su escasa dentadura le hacía comer con
lentitud, pero cuando terminó, invitó a su nieto a retirarse un poco del
campamento, para continuar con su enseñanza.
—Veamos,
empezó el viejo nahual, ¿has practicado algo de lo que comentamos la otra
noche?
—Sí, abuelo,
me puse a buscar unos hongos y ya los encontré, hice toda la ceremonia como tú
me enseñaste y por eso nos quedamos a dormir aquí, para recogerlos temprano, si
los dioses me lo permiten.
—Bien, ─dijo
con seriedad el anciano─ eso está muy bueno. Hoy vamos a empezar tu
entrenamiento con los hongos, yo traigo algunos y yo te orientaré. ¿Estás
preparado?
—Sí, abuelo,
lo estoy y solo espero que tú me orientes.
—Muy bien
muchacho, primero debemos encender los braserillos y quemar el copal para que
los dioses estén contentos con nosotros y para que nos permitan acercarnos a su
mundo. El viejo sacó sus utensilios y, luego de encender la lumbre, colocó unas
bolitas de resina de copal y el dulce aroma los envolvió, después dijo una
oración, elevando las manos al cielo, como en una súplica:
—«!Oh, dioses de mis padres, de mis abuelos
y de los abuelos de mis abuelos! miren a este pobre e inmerecido servidor y
permítanme pasar mis conocimientos a este muchacho, que es carne de mi carne y
hueso de mis huesos, para que siga con la tarea de servirles a ustedes. Hoy
probará por vez primera el “teonanácatl”, alimento sagrado de ustedes,
benevolentes dioses de mis padres, permitan a mi muchacho que pueda ver en el
tiempo y conozca sus designios» ─Luego quedó en silencio, con las manos unidas y la cabeza gacha, como
esperando alguna respuesta. Levantó con lentitud la cabeza y mirando a Serafín,
le dijo─:
—Debes
memorizar esta oración; deberás hacerla siempre que vayas a iniciar algún
trabajo, lo mismo para aliviar de sus dolencias a la gente, como para recoger
los hongos sagrados o las plantas curativas que los dioses nos entregan; si
alguna vez faltas a ello, los dioses pueden castigarte y hasta retirarte el
cargo de nahual; recuerda que no lo obtienes por tus méritos, sino por la
bondad de nuestros dioses.
Serafín no
pronunció palabra, solo asintió con la cabeza y guardó en su memoria toda la
ceremonia que realizaba su abuelo.
—Muy bien,
Itzmín, ponte cómodo, sentado con las piernas cruzadas. Comerás este hongo que
los dioses te permiten, máscalo lento y bebe un poco de agua, solo un poco.
Luego permanece con los ojos cerrados, los dioses se comunicarán contigo y,
cuando despiertes, me narrarás lo escuchado.
Le dio un
trozo de hongo, plano y gris claro, Serafín lo mascó con lentitud y bebió un
poco de agua fresca. El sabor era un tanto amargo y le adormeció la lengua en
cuanto los jugos del vegetal tocaron sus papilas. Luego de algunos minutos,
empezó a escuchar el movimiento de las plantas; el reptar de una serpiente; el
aletear de un tecolote y sintió las patas de una hormiga que le subía por una
pierna. En seguida vio como un resplandor de mil colores que vibraban y
ondulaban. Mantenía los ojos cerrados, pero parecía como si estuviera viendo
todo aquello a plena luz del día. Después empezó a ver a un hombre alto; alto y
fornido; vestido con un taparrabo de piel de venado y una gran capa de color
rojo. Su ropa estaba muy adornada con plumas de ave de mil colores; su cabeza tocada
con un gran penacho de plumas rojas, blancas y verdes; portaba un gran pectoral
de oro y gruesas pulseras del mismo metal lucía en brazos y tobillos. Sus pies
estaban calzados con cactli de piel
de conejo. Miró a Itzmín con detenimiento y le preguntó:
–«¿Quien eres tú, muchacho, que viene al tiempo
de los dioses? ─Serafín le respondió─: ─Soy
Itzmín y los dioses de mis padres, de mis abuelos y de los abuelos de mis
abuelos, me lo han permitido; estoy en el camino del nahual, para prepararme y
servirlos. El dios se le quedó mirando, observándolo y luego dijo:
─Soy Curicaveri,
señor del fuego y dios de los recolectores y de los hombres que van a la guerra.
Sé bienvenido y escucha. Tú serás un gran nahual, que ayudarás a tu gente, a tu
pueblo y nos darás grandes honores a tus dioses; pero vienen tiempos muy duros
para tus hermanos. Tiempos de guerra, de hambre y sufrimiento. Muchos de ellos
morirán, pero lo harán por la libertad de sus hermanos. Esto no lo verás tú, ni
tus hijos, pero los hijos de tus hijos si verán los cambios. Verás tiempos de
guerra, de blancos y de indios contra blancos. Tu trabajo como nahual será
intenso y tu vida se prolongará en el tiempo; tu descendencia será numerosa y
de ellos saldrán nuevos nahuales, quienes irán recibiendo la herencia de padre
a hijo; tu abuelo te enseñará bien, confía en su experiencia; los dioses lo
vemos con simpatía, porque ha sabido guiar a su gente. Por ahora debes ser muy
cuidadoso, nosotros te iremos acercando a personas importantes; unos purépechas
y otros hombres blancos. Para que confíen en ti, deberás tener dos caras, pero
un solo corazón; esto quiere decir que siempre actuarás en el sentido recto, nunca
traiciones; si lo haces, entonces dejaríamos de ayudarte y tu vida sería un
infortunio. Cuando te sientas confundido, utiliza el alimento de los dioses, el
“teonanácatl”; háblame y recuerda, soy Curicaveri y ten por seguro que
siempre acudiré en tu ayuda y tienes mi permiso para recolectar el teonanácatl
necesario para tus ceremonias, pero nunca se lo debes dar a nadie que no sea
nahual; recuerda que es la comida de los dioses y solo nosotros sabemos quién
puede comerlos. Ahora debes dormir, hijo mío, para que puedas servirme deberás
estar descansado. Nunca abandones a Coyoltzin y a Azcatl; siempre serán tus
compañeros y solo los dioses saben el destino que tiene dado a cada uno de
ellos, pero siempre serán necesarios para el cumplimiento de tu misión»
Serafín
abrió los ojos, que estaban un poco vidriosos, sentía la boca seca y le ardía la
lengua, tal vez por deshidratación; no se había dado cuenta que llevaba algunas
horas sin beber agua. Aun su vista no recuperaba su visión normal; veía a su
abuelo como a través de un cristal deformado, todo su entorno parecía danzar al
ritmo de una música inexistente; en realidad se sentía como flotando en un lago
ventoso de mil colores.
Cerró los
ojos y debió quedarse dormido; cuando recobró la consciencia ya había amanecido.
Su abuelo estaba junto a él, pero tenía preparada una buena lumbre y en un
jarro de barro hervía una infusión de yerbas aromáticas. Cuando el viejo nahual
se dio cuenta que Serafín abría los ojos, retiró el jarro del fuego y se lo
acercó a los labios; el muchacho reaccionó al sentir el calor en la boca y
bebió un poco de la infusión, estaba endulzada con miel de avispa; no obstante,
sintió cierto alivio, por lo que continuó bebiendo hasta recobrar clara la
visión y dejar de sentir esa sed que le quemaba.
—¿Cómo te
sientes, Itzmín?, ─preguntó el anciano mirando el rostro de su nieto─.
—Un poco
desorientado, abuelo, tenía mucha sed, pero el te me cayó bien.
—Es natural,
hijo mío, es la primera vez que pruebas la “comida
de los dioses”, pero te irás acostumbrando; llegará el momento que, al
terminar la ceremonia, te sientas bien; tal vez con algo de sed, pero deberás
tener preparada la bebida para que la consumas y te sientas bien.
—¿Qué yerbas
debo tener preparadas?
—Son muchas las
yerbas que debes conocer para aliviar muchas enfermedades; siempre debes llevar
en tu morral, suficiente epazote, manzanilla, cuachalalate y miel de avispa; es
importante que sea miel negra, si le pones miel de abeja, te puede hacer un
efecto contrario; esa miel es de flores perfumadas. Antes de que comas el “teonanácatl”, deberás preparar la
infusión, para que la tomes al despertar. Procura instruir a tus amigos, ellos
serán como tus ayudantes. Ahora dime, hijo, ¿te hablaron los dioses?
Serafín
contó al abuelo todo lo que había visto, le contó que estuvo frente a Curicaveri, señor del fuego y de los
recolectores; le comentó que le había permitido recolectar los hongos
necesarios para las ceremonias y le platicó con todo detalle lo que estaba por
venir, aunque Curicaveri nunca le
dijo si esos acontecimientos serán pronto. El abuelo escuchó con toda atención
y luego de meditar con cuidado todo lo escuchado, dijo a su pupilo:
—Itzmín,
hijo mío, me haces muy feliz, eres un hombre afortunado, pocos son los nahuales
que han tenido la fortuna de ver a Curicaveri,
el señor del fuego; tú no solo le has visto, sino que te ha permitido conocer
los acontecimientos que están por venir; nuestro dios te ha tomado bajo su tutela
y eso indica la grandeza de tu alma; serás un nahual muy recordado entre
nuestros hermanos purépechas.
—Nuestro
dios, Curicaveri, ─continuó el nahual─
te ha comentado que vienen tiempos muy duros, tiempos de guerra en que morirán
muchos hombres. Lucharán blancos e indios contra blancos. No lo comprendo, pero
debe tener relación con esa inquietud que se está sintiendo por distintos
rumbos; ya los hombres no quieren trabajar en las haciendas, los capataces los
tratan como esclavos. Pero debes tener cuidado, porque los españoles criollos
andan muy alborotados; parece que ya no quieren que los gobiernen enviados de
España.
─Pero eso,
Itzmín, es asunto de los blancos, tú no debes inmiscuirte; observa y escucha, busca
a nuestros hermanos y comprende sus demandas. Por lo que te dice Curicaveri, el cambio que se busca está
lejano, pero no por ello se debe renunciar a buscarlo. Prepárate y no te des a
notar entre los blancos, pero procura que nuestra gente sepa de ti, yo te
ayudaré en lo posible.
El viejo
nahual se quedó en silencio y Serafín también pensaba en todo lo visto y
escuchado. No alcanzaba a ver todo lo que implicaba el conocer los
acontecimientos futuros, pero intuía que era riesgoso. Pensó en sus padres, que
se quedaban en Puruagua. Vino a su mente Ana María, ella era criolla y su padre
español, ¿qué les deparaba el futuro? Tal vez mas adelante pudiera hacer algo
por ella, desde luego no por don Francisco. En fin, ya el tiempo iría marcando
el rumbo a tomar.
Después de
un largo silencio de casi una hora, volvió a hablar el abuelo, mirando con
detenimiento a su nieto:
—Itzmín, hijo mío, tienes un futuro lleno de sorpresas; para que puedas
salir bien de lo que venga, es necesario que te prepares. A partir de hoy, nos
estaremos viendo mas seguido; es voluntad de Curicaveri que seas el nahual de su elección y ese es un gran honor
para ti, pero una enorme responsabilidad. Ahora vamos a recolectar esos hongos
que hallaste. Observa la naturaleza, en ella encontrarás todo lo que necesitas
para ayudar a tus hermanos. No lo olvides, tu deber es curar, aunque te lo
pidan y te paguen bien, no debes hacer magia negra, eso ofendería a Curicaveri y tu castigo sería terrible.
Los dos
hombres empezaron a subir en busca del sitio donde Serafín encontró los hongos;
a poco llegaron al sitio, al pie del gran pino, la humedad reinante mantenía un
buen ambiente para la proliferación de esas plantas. El viejo las observó y
movió la cabeza de manera afirmativa; hizo una seña a Serafín para que iniciara
la ceremonia.
El muchacho extrajo
de su morral el braserillo y los utensilios necesarios para hacer la lumbre,
cuando estuvo lista, colocó unas bolitas de resina de copal; luego de sahumar
el lugar, se sentó con las piernas cruzadas bajo su cuerpo e hizo su oración:
—«¡Oh
gran señor Curicaveri!, señor del fuego y de los recolectores, te agradezco que
me hayas mostrado el sitio donde crece tu alimento, el sagrado Teonanácatl, permíteme
recolectarlo a fin de llevar a cabo tus designios, concédeme señor, el favor de
tu voz y tu protección»
Luego de
hacer su petición, Serafín tomó con cuidado las frágiles plantas, las colocó
sobre un lienzo que llevaba preparado y las envolvió con reverencia; hizo un
pequeño bulto y lo guardó en su morral; luego apagó el braserillo y se reunió
con su abuelo, que lo miraba satisfecho.
—Has
realizado muy bien la ceremonia de la recolección, ahora debes poner a secar
los hongos; de otra forma su misma humedad los echará a perder, los debes
consumir cuando estén secos. Ahora vuelve con tus amigos para que almuercen y
sigan su camino; recuerda que en San Andrés te encontrarás con otro nahual, con
el que recibirás otras enseñanzas.
El anciano se volvió al monte y se perdió entre
los árboles, luego se vio que un gavilán salía de entre los matorrales y emprendía
el vuelo. Serafín se quedó pensando si acaso esa ave era su abuelo
transformado. Ya llegaría a conocer tales secretos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario