A TRAVÉS DE MI VENTANA
Me Despierto temprano, son las seis de la mañana. Esto es
extraño, no escucho a mi mamá que acostumbra cantar en la cocina en tanto prepara el
desayuno. Tampoco oigo la voz de mi padre que apura a mi hermana para que
desocupe el baño porque se le hace tarde para irse a trabajar.
Me levanto, la mañana es fría, estamos en invierno, no debe
tardar la primavera. La calle está en silencio. Me acerco y recorro la cortina.
Nadie camina por la calle, debe ser temprano; el reloj luminoso indica las
seis con cinco minutos… que raro. Tal vez mi hermana haya prendido la televisión, se escuchan las
voces de los conductores en sonido de tono bajo… de pronto suben el
volumen, escucho claro:
«Por disposiciones de la
Secretaría de Educación Pública se suspenden las clases en niveles de Primaria
y Secundaria, las autoridades de salud se encuentran evaluando las
posibilidades de que se esté presentando una epidemia de Coronavirus, similar a
la que está ocurriendo en Europa, llevada a Italia por unos viajeros que habían
estado en China».
«La ciudad de México ha recibido
muchas visitas a los hospitales; hasta el momento hay veintisiete casos
confirmados»
Volví a mi cama, no a dormir, sino a esperar a que despertaran mis padres y hermana. Me puse a hojear un libro de la escuela, con
su portada de colores y la mujer morena con la bandera patria. Pasé las hojas
una a una, sin mirarlas; sin comprender esa soledad extraña para mí.
El sol empezó a filtrarse en tímidos y opacos brillos en
tanto la casa se llenaba de ruidos. El correr de agua, sonido que salía de las
paredes del baño; aun en piyama salí de mi cuarto y me fui a la cocina en
busca de mamá que entonaba casi en murmullos “Somos novios”, no recordaba el
nombre del autor, pero mi madre acostumbraba a cantarla con frecuencia.
─Buenos días, mami, ¿se te hizo tarde?
─No, mi amor, me regalé unos minutos de flojera, como no hay
clases, me dio pena despertarte.
─Mmm… ─murmuré en tanto tomaba un plátano y empecé a
pelarlo─.
Regresé a la estancia en tanto comía el dulce fruto. Me
acerqué a la ventana y contemplé esa calle, triste tal vez, porque le hacían
falta las carreras y risas de los chamacos que íbamos rumbo a la escuela. La
sentí tan solitaria como empezaba a estar mi alma. Escuché que mi hermana pasó
a la cocina sin dirigirme la palabra.
Cuando mi padre llegó a la cocina, mamá me llamó:
─Pablito, vente a desayunar, amor, ya papá está sentado.
De inmediato llegué a ocupar mi lugar, saludé a mi papá e
hice un gesto a mi hermana, que me enseñó la lengua. Solo sonreí.
─Empieza el encierro, hijos, yo me voy a trabajar, pero les
pido que se porten bien, no den molestias a su mamá. Hagan sus tareas, estudien
un poco, jueguen y entiendan que no pueden salir a la calle. La amenaza de la
enfermedad es seria, traten de llevar el encierro de la mejor manera. Procuraré
venir a comer temprano.
Han pasado las semanas y la amenaza creció. Una semana antes
de las vacaciones de Semana Santa, luego de unos días en la escuela, volvieron
a suspender las clases; esta vez sería durante un mes. Apenas ha transcurrido
la primera semana y me parece que llevo toda la vida entre estas paredes. No
puedo usar mi teléfono para chatear con mis amigos, por falta de pago tengo
suspendido el servicio; mi padre es taxista y ha bajado el número de viajes,
poca gente camina por las calles; el dinero escasea y mi padre no ha podido
comprar tiempo aire, mi mundo se redujo a lo que puedo alcanzar a ver desde mi
ventana.
Por las mañanas, cuando alumbra el sol, nos sentamos cerca
de las dos ventanas que ven a la calle y mi madre nos lee algún libro y los
tres nos asoleamos unos minutos. Cerré los ojos para concentrarme en la lectura
de mi madre.
De pronto siento que me despiertan con brusquedad; abro los
ojos alarmado y casi me desmayo. ¡No estoy en mi casa!, es un cuarto diferente,
con una sola ventana y el techo es de tejas. Una mujer que no es mi mamá me
dice que debemos irnos, no entiendo qué pasa; me levanto del banco en que estoy
sentado y miro mi ropa, diferente a la mía, esta es de manta: un calzón y una
camisa blancos. Colgado junto a la puerta está lo que supongo es mi sombrero,
de palma y muy usado. Me lo pongo en tanto mi madre me arrastra hacia afuera.
La calle es de tierra y otras mujeres cargan bultos y corren seguidas por sus
chamacos. Entre jadeos por la carrera, pregunto a mi madre:
─¿Que pasa amá, que nos salimos pa’fuera a la carrera?
─Pos dicen que la peste ha llegao, que nos váyamos pal
monte, tu tata nos buscará…
Cuando llegamos al jacal de mi tata grande, el viejo salió a
la carrera al escuchar los gritos de la gente que corría.
─!Ave María Purísima! ¿Pos qué te pasa Consuelo? ¿Qué ha
pasao que vienes jalando al ñeto y a la carrera?
Pasados unos días vi que mi tata grande se puso malo, le
dieron las calenturas, como tercianas, pero tenía la tos muy juerte… hasta que
se nos jue, lo envolvieron en un petate y entre mis tatas lo enterraron atrás
del jacal… Aluego se jué la mama grande, de igual manera, a tose y tose y los
calenturones. Mi mama nos puso unos chiquiadores de manteca y yerba santa y nos
pusimos los escapularios y nos juimos los tres pal monte; jallamos una cueva y
nos metimos pa dentro. Pasaron muchos días; mi tata salía con su jonda y regresaba
con un conejo o liebre y algunas yerbas pa que mi mama las cociera y eso
estuvimos comiendo… Mi tata empezó a toser y con calentura, pero no dejaba de
salir pa buscar qué comer, yo miraba como se iba secando hasta que un día ya no
regresó, se hizo de noche y nos dormimos sin comer, al amanecer, mi mama y yo
nos juimos a buscarlo; lo jallamos entre unos mezquites, medio comido por los
coyotes. Como pudimos yo y mi mama lo cubrimos con piedras pa que no se lo
siguieran comiendo y llore y llore nos juimos mas pa’dentro del monte, lejos de
la gente… solo Dios sabrá de nosotros…
Sentí que me acariciaban una mejilla y abrí los ojos, miré
los dulces ojos de mi madre y escuché su voz:
─Anda, dormilón, te quedaste dormido mientras leía, no te
quise despertar… Es un poco temprano, pero vamos a la cocina, entre los tres
prepararemos la comida.
No sé qué haremos tantos días encerrados, pero nos dicen que
es la forma de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestra familia y a los vecinos.
Seguiré leyendo el libro que nos leía mamá, por cierto, se titula “El murmullo
de las abejas”
Sergio A. Amaya Santamaría
4 de abril de 2020
Playas de Rosarito, B. C.
México