La catacumba romana
"No
puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en
evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer".
Carl
Sagan
Universidad de Tel-Aviv
“…esta es mi
sangre, que será derramada por ustedes…”
Estas palabras
resonaban en la cabeza del recién graduado de la universidad de Tel Aviv, Elías
Rosenberg, que preparaba su tesis de doctorado. Su profesor, el arqueólogo
americano Robert Calahan, lo tenía integrado a su grupo de trabajo que tenía el
permiso de excavación en una catacumba romana llamada Vigna Randanini,
que partía de la antigua Vía Appia.
No obstante ser un
sitio explorado en varias temporadas, era un buen lugar para que los graduados
adquirieran experiencia en las técnicas y cuidado de los sitios elegidos; era
sabido que siempre existía la posibilidad de hallazgos inesperados. Todo el
grupo tenía preparados sus documentos personales y las visas correspondientes
para entrar a Italia; los estudiantes procedentes de Israel recibían un trato
especial.
Esa noche, celebraban
la terminación del curso y un grupo de amigos se reunió en un bar del centro de
la ciudad. Cuatro jóvenes que formarían parte de la excavación en Roma,
Elías era un buen
judío ortodoxo y su doctorado se basaba en el estudio de las sagradas
escrituras cristianas, en el sentido de que provenían de las tradiciones
hebreas desde los oscuros tiempos de Abraham, nacido en la ciudad de Ur, de
Caldea, mil ochocientos trece años antes del nacimiento de Jesús.
Estaban reunidos sus
mejores amigos, entre ellos, su favorita y con quien sostenía una buena
relación, Ángela Pellegrini, joven italiana recién graduada que apoyada por
Elías consideraba la posibilidad de un doctorado en la cultura hebrea; sería
esa o la cultura maya centroamericana, aunque ello le llevaría a separarse de
su novio. Existía la diferencia religiosa, pero ambos pensaban que era
superable.
Los acompañaban Eleazar
Castañeda, compañero de habitación de Elías, mexicano, graduado de la
Universidad Nacional de México y estudiante de doctorado de la cultura hebrea y
su origen. El grupo lo completaba Jacob Alazraky, amigo y compañero de
doctorado de Elías. Estos cuatro jóvenes arqueólogos destacaban por su
brillante trayectoria estudiantil y eran de los preferidos por el profesor
Calahan en sus excavaciones.
Cuando se reunieron en
el bar, ubicado en el sótano de un alto edificio, la concurrencia era moderada.
El ambiente lo animaba una música un tanto retro para su gusto, pero del agrado
de la mayoría compuesta por ejecutivos de las oficinas cercanas; tocaba un
grupo israelí con vestimenta que recordaba a los Beatles, incluso con un
guitarrista zurdo.
Les asignaron una mesa
cerca de la pista. No eran bebedores, por lo que los cuatro pidieron cervezas y
algunos bocadillos kosher para picar. Desde luego que la plática estaba
centrada en la próxima expedición que realizarían a Italia.
─Ángela ─preguntó
Eleazar─, ¿no te emociona ir a tu país?
─!Claro que me
emociona! Y mucho. De ser posible quisiera invitarlos a mi casa, cerca de Milan,
aunque es probable que mis padres vayan a Roma a saludarme; eso con el fin de
que no gaste en el traslado.
─No te preocupes,
querida ─intervino Elías─, lo importante es que estemos juntos, además en Roma
hay muchos sitios donde podemos divertirnos.
─Es cierto ─expresó
Jacob─, preferible permanecer en Roma, yo no cuento con recursos para hacer ese
viaje.
La charla siguió y
Elías invito a Ángela a bailar, en el receso de los músicos se escuchaba música
grabada lenta, ideal para las parejas.
En tanto se retiraban
para bailar, sus amigos comentaban:
─Eleazar, ¿dejaste
novia en México?
─Tuve una novia y
pensábamos casarnos, pero al terminar la carrera en la universidad, me
ofrecieron la beca para hacer el doctorado aquí y no pude rechazarla; Bertha,
mi novia, estudiaba medicina, estuvo de acuerdo y quedamos en que al volver nos
casaríamos; pero la distancia puede cambiar las cosas y en mi caso así fue. Tal
vez el amor no era tan firme y mi novia me escribió para que termináramos la
relación. No me dijo la razón. Poco después y por medio de una de mis hermanas,
me enteré de que la habían visto muy amorosa en compañía de un médico, a quien
conocí poco antes de venirme a Israel.
─Suele pasar eso
─respondió Jacob─, pero supongo que fue mejor así. No imagino lo que pudiera
haber sido tu matrimonio si ella no te quería lo suficiente.
─Tienes toda la razón,
de esa forma lo entendí; ello me ayudó a aceptarlo sin dolor, debo decirte que
yo sí estaba enamorado de ella.
La pareja de
enamorados volvió a la mesa para no dejar mucho tiempo a los amigos… Iba a
hablar Elías cuando vieron aproximarse al profesor Calahan, que al verlos se
encaminó hacia ellos.
─Hola, muchachos, ¿no
los interrumpo? ─preguntó educado el profesor─.
─Desde luego que no,
maestro ─respondió Ángela─, por favor acompáñenos.
─Supongo que celebran
el fin del curso. Me alegro de haberlos encontrado juntos; en un par de día partiremos
hacia Roma y deseo comentar algunos detalles con ustedes. Tal vez estén
enterados de que me han encomendado hacer un recorrido con un grupo de chicos
que vienen a empezar la carrera en la universidad; es la primera vez que me
designan y no pude negarme.
─Entonces ¿se cancela
nuestra excavación? ─preguntó Elías, ante la expectativa de los otros tres─.
─!De ninguna manera!
Yo estaré ocupado unos cuantos días; en tanto, te voy a encargar a ti, Elías,
que encabeces el grupo; eres el de mayor experiencia y será una buena práctica
para ti; Jacob será tu segundo y los tres estarán bajo tu mando y guía. Yo
espero que todos estén de acuerdo. ─dijo a los cuatro jóvenes─.
─De acuerdo…, no hay
problema…, encantada. ─Jacob, Eleazar y Ángela lo aceptaron, ante el
beneplácito del profesor Calahan y Elías─.
─Muy bien chicos, para
celebrarlo, yo invito la siguiente ronda de cervezas. Elías, aunque tienes
experiencia en otras excavaciones, te recuerdo que debes ser muy cuidadoso; ver
detalles al parecer insignificantes o sin importancia; siempre existe la
posibilidad que surja algún objeto que ha sido pasado por alto, pero que puede
representar un buen hallazgo que podría llevar a complementar lo que se tiene
estudiado que ocurría en esas catacumbas.
─Gracias por recordarlo,
profesor; desde luego que tendré sumo cuidado con esos detalles que menciona.
Tengo un verdadero interés en esa catacumba. Aunque todas fueron lugar de
enterramiento de los primeros cristianos; en ocasiones se realizaba el culto de
“partir el pan”, que era una comida en comunidad, en tanto se recordaba de
forma oral y tal vez con alguno de los libros escritos, sobre la vida de Jesús.
─Con esos antecedentes
─prosiguió Elías─, se encontraron restos de los inhumados y objetos con que
acompañaban el cadáver, costumbres de la antigüedad. Eso ha permitido
reconstruir ese período de la historia. No se descarta que pueda haber otros
objetos que nos den luz a lo ocurrido en el siglo II del cristianismo.
─No pasemos por alto
que también fue refugio durante las persecuciones a los cristianos ─dijo
Eleazar─, por tal razón se han encontrado espadas, lanzas, escudos y demás
objetos que utilizaban para defenderse de los legionarios que los perseguían.
─Referente eso
─preguntó Eleazar a Elías─.
¿Por qué, siendo
judío, te interesas por la historia cristiana?
─Una buena pregunta,
─corroboró Jacob─.
─Esa misma pregunta me
la hizo el profesor Calahan cuando le externé mi interés de hacer el doctorado
en esa etapa de la historia. Esta es la razón que le di:
─Soy judío devoto y
practicante de la religión de mis padres, pero no deja de sorprenderme ¿por qué
razón no estamos convencidos que el Mesías anunciado por los profetas?, nunca
fue aceptado; ni en su tiempo, ni ahora. Esa fue la base del nacimiento de lo
que a la postre se convirtió en el cristianismo y que dividió a la población
judía en general. Mi interés es encontrar algo que dé luz a esa interrogante
que me hago.
─Debo decir que a mis
padres nunca les ha gustado eso que yo me empeño en descubrir; para ellos lo
dicho en La Torah, que son los cinco Libros escritos por Moisés, conocidos
también como la Ley Mosaica y La Mishná la tradición oral, que fue recopilada
en el siglo II, son la única verdad.
La plática se prolongó
un par de horas, hasta que el profesor Calahan decidió que él se retiraba. Los
muchachos también hicieron los mismo y salieron del bar, estimulados por la
plática y su futura expedición.
Roma al fin.
A hora temprana, los
amigos se reunieron en el Aeropuerto Ben Gurión, consideraban que se llevarían
algún tiempo para realizar sus trámites; el vuelo a Roma era de los que movían
un mayor número de viajeros. En tanto esperaban su turno en la fila para
revisión de pasaportes y visados, llegó el profesor Calahan, seguido por
algunos de los muchachos que serían los novatos en la universidad; en Roma se
les unirían los procedentes de otros países.
Al terminar el trámite
pasaron a la sala de abordar; ya era un grupo notorio, sus risas y bromas se
sentían en la abarrotada sala. Minutos después arribó el avión en que
viajarían; era un vuelo procedente de España. Bajaron una buena cantidad de
viajeros de rostros cansados; tal vez el aeropuerto español hubiese sido una
escala para llegar a Israel. Ya en sus asientos, les avisaron que el vuelo llevaría
unas tres horas y media, por lo que estarían llegando a Roma en las primeras
horas de la tarde.
Al día siguiente se
presentaron en la oficina donde les entregaron el permiso de excursión y
excavación en la catacumba Vigna Randanini, que partía de la antigua Vía
Appia.
En cuanto entraron a
la catacumba, Elías recordó la plática en el bar; sabía que las catacumbas están
bastante trabajadas; pero siempre había la posibilidad de encontrar algunos
vestigios u objetos que esclarecían partes de la historia; mucho interviene la
suerte, en particular para los novatos, que era el caso de Elías, era su
segunda excavación, la primera fue como estudiante avanzado. El profesor que
los guiaba les recomendaba mirar con cuidado las paredes, algunas revestidas de
calaveras o convertidas en osarios; en ellas era frecuente que ocultaran
algunas reliquias.
El ingreso es una
construcción románica; el descenso a la catacumba se hizo por una escalera
construida en tiempos modernos; con enrejados de hierro forjado; un pequeño
atrio se cruza para la entrada a la catacumba, protegida por una cancela
también de hierro, al cruzarla empieza el descenso por una escala de cantera. «Es
probable ─Pensaba Elías─, que, en su tiempo, el acceso haya sido por
medio de una escalera de mano, la que quizás retiraran cuando todos hubiesen
penetrado».
El pasillo, que es la
propia catacumba, excavada en la toba volcánica, tiene un ancho poco mayor a un
metro; los muros, fueron trabajados para hacer los espacios en que se inhumaba
a los muertos. El hueco dejado era cercano al tamaño de un ataúd moderno.
Hay algunos espacios
mayores donde se ven pinturas al fresco que representan escenas de santos y
ángeles; de sacerdotes o dignatarios y calaveras, cientos de calaveras, algunas
recubren los muros. No todas las tumbas fueron ocupadas; otras se ven tapiadas
con ladrillos de barro cocido. Algunas zonas tienen los muros revestidos por
losas de cantera tallada.
El grupo camina lento,
mira con curiosidad los detalles; toman algunas fotografías con sus teléfonos
celulares. Se detenían ante los murales, hay algunos de buena factura, otros un
tanto burdos en su realización, pero todos interesantes; la mayoría eran motivo
de diversas tomas fotográficas.
Vieron unas rústicas
mesas de cantera sostenidas en columnatas del mismo material; tal vez sobre
ellas se hacía la ceremonia de “Partir el Pan”, precursora de la liturgia que,
con cambios y añadiduras se fue dando al paso de los siglos, hasta alcanzar la
forma actual de los altares.
En tanto Elías tomaba
sus fotografías, Jacob y Eleazar observaban con interés las pinturas que
decoraban el ábside abovedado que rodeaba la mesa de piedra.
─Son pinturas al
fresco ─expresó Eleazar─, por esa razón conservan su colorido original.
─Así es ─repuso Jacob─,
esta técnica es la más antigua de la humanidad; de hecho, las muestras más arcaicas
se encuentran en las grutas de Lascaux en Francia, de unos 30,000 años.
─En mi país ─afirmó
Eleazar─, en la zona de la cultura Maya, utilizaron esta técnica, sobresale el
llamado color Azul Maya, no conocido en ninguna otra parte; de belleza
inigualable.
─Es cierto Eleazar, México contiene una gran
riqueza arqueológica y artística, yo espero tener la oportunidad de unirme a
alguna expedición a esa zona; muy amplia, por cierto, abarca desde
Centroamérica, hasta el sur de México.
Entretenidos en estos
detalles, el grupo de Elías se había separado del grupo del profesor Calahan; hicieron
caso a la recomendación del profesor, observaban un muro en que una de las
losas de cantera que recubrían el muro, presentaba ciertos detalles que al
muchacho llamaron su atención.
Metros adelante se
encontraba un joven, aparente estudiante, de reojo lo miró Elías; era un hombre
de mirada huidiza, veía los folletos de información editados por el Instituto
de Antropología; vestía un pantalón desteñido; una camiseta azul con un círculo
negro y una cruz blanca al centro. Su color de piel era oliváceo y llevaba
gafas de sol. Pensó en cualquier vacacionista.
Elías volvió su
atención a las explicaciones del profesor, que se alejaba con sus estudiantes. La
junta que notó en el muro pareciera un tanto abierta; la tocó e hizo un poco de
presión, sintió que cedía. Antes de intentar removerla, tomó varias fotografías
con su teléfono celular; en seguida, valiéndose de una herramienta fina, la introdujo
en la junta abierta como palanca y la losa de unos veinte centímetros por lado,
se desprendió. La sostuvo con una mano y con la otra tomó un par de
fotografías.
─Ángela, ─llamó a su compañera─ por favor,
toma mi teléfono, ponlo en video y graba lo que hago.
La joven hizo lo que
le pedía Elías, en tanto su guia retiraba la losa del recubrimiento.
Se escuchó algún ruido
y por un momento Elías volteó hacia donde procedía el sonido; el muchacho de
los pantalones desteñidos lo observaba, tal vez pensó que Elías hiciera algo
ilegal. Ignoraba el israelita, que ese joven era un vigilante, siempre
pendiente de que surgieran nuevos hallazgos y que debería reportar a una oscura
organización. El arqueólogo volvió a concentrarse en su tarea, se desentendió
del curioso.
Se dio cuenta que
parte de la pared de tierra caliza se había deprimido en su superficie. Con
brochas y cucharillas empezó a retirar el relleno, un poco mayor que la losa
que lo cubría. Trabajó entusiasmado, comprendía la importancia probable de su
hallazgo.
Sin descuidar lo que
hacía, pidió a Ángela que, sin dejar de grabar, hablara a Eleazar y Jacob para
que se acercaran. Cuando los muchachos se llegaron, se dieron cuenta de lo que
hacía Elías; a su pedido, alguno llamó por teléfono al maestro para informarle;
él era el responsable de la excavación, debía darle cuenta de lo que se realizaba.
En pocos minutos Elías
se vio rodeado por sus compañeros y el profesor. Dado que el espacio era
reducido, el profesor permitió a Elías trabajar solo; a Ángela Pellegrini le pidió
seguir la grabación del trabajo de Elías; Jacob y Eleazar le asistían para
retirar el material que extrajera y acercarle las herramientas que requiriera.
El calor era intenso,
había algunos ventiladores colocados en diferentes sitios, pero eran
insuficientes. La concentración en lo que realizaba, aceleraba la transpiración;
percibía un peculiar olor que salía de la tierra removida. Elías se detuvo,
volteó hacia sus amigos mientras sacaba un pañuelo para enjugarse la cara.
Entonces volvió a ver al muchacho de las gafas, se encontraba parado detrás de
un grupo de curiosos que observaban su trabajo. Algo se removió en su interior
y sintió un regusto amargo en la boca.
Volvió a concentrarse en su tarea.
Al fin, con una brocha
empezó a agitar la punta de algo que parecía ser de tela; pidió a Jacob para
que tomara las fotos con su teléfono y siguió en su tarea, concentrado, con
calma. Ángela seguía con el video.
Una tela empezó a
aparecer hasta quedar descubierta por completo; se dio cuenta que el lienzo no
estaba suelto, envolvía algo. El profesor dejó en receso a sus estudiantes y se
acercó a observar; tomó un par de fotos con su propio equipo, y permitió que el
graduado descubriera el objeto, que resultó ser una caja de madera; indicó a
Elías que cepillara alrededor del hallazgo.
Mientras tanto buscó
unas bolsas de plástico dentro de su maletín. Cuando la caja quedó descubierta,
la extrajeron con cuidado y sin descubrirla, la metieron a la bolsa impermeable
y la guardaron en un maletín para evitar que el ambiente la fuese a dañar.
Felicitó a Elías y
seguido por sus estudiantes que comentaban alegres y sorprendidos por el
momento, nuevo para ellos, salieron de la catacumba. Como lo encontrado era
propiedad del pueblo italiano, se dirigieron a las oficinas a reportar su
descubrimiento. Se tomaron todos los datos y el permiso de excavación, así como
el nombre del arqueólogo descubridor, doctor Elías ben Becker y el responsable
del grupo, doctor Robert Calahan.
Ocupados en la
oficina, nadie se dio cuenta que el hombre de los pantalones desteñidos extraía
su celular y con pocas palabras informó:
─Han encontrado algo
en la catacumba, ahora lo reportan. ─No obtuvo respuesta, cortó la comunicación─.
Dentro de la oficina,
un empleado, colocado detrás de unos estantes llenos de papeles y carpetas,
grababa el momento en que los arqueólogos entregaban al director el objeto descubierto.
Ya tendría tiempo de averiguar los nombres de los descubridores.
Al día siguiente
fueron citados al ministerio correspondiente y llevados al laboratorio del
Instituto de Arqueología, donde ya los expertos trabajaban con los objetos
descubiertos; en presencia del arqueólogo jefe de la expedición y del graduado
y descubridor, fue retirado el lienzo, quedó al descubierto una caja de madera
pulida de color negro, retiraron la tapa, dejaron a la vista el contenido: un
vaso de barro cocido y vidriado, común en los primeros siglos del cristianismo,
no tenía alguna característica especial que indicara el por qué había sido
guardado con tales cuidados dentro de la catacumba.
El paño que la
envolvía era sometido a la revisión de carbono 14 para datarlo de forma
correcta; lo mismo se haría con la caja de madera.
Debajo del vaso, se
encontraron varias hojas de pergamino escritas en arameo antiguo; las colocaron
entre cristales para preservarlas del aire y el clima, para que luego de ser
fotografiadas por los especialistas, fueran remitidas al departamento de
lenguas muertas para su interpretación. El resultado de los estudios sería
remitido a la Universidad de Tel Aviv para su conocimiento.
En tanto esto se
desarrollaba en el Instituto de Arqueología, en otro rumbo de la ciudad, en una
residencia del barrio de Trastévere. El joven del pantalón desteñido se
encontraba en una oficina junto al que tomó el video en la oficina de la
catacumba; eran atendidos por un hombre de edad madura; cabello ralo
blanquecino; vestía un elegante traje gris de tres piezas, de diseñador, tal
vez Armani.
Relataron con lujo de
detalles todo lo que habían observado, desde la llegada del grupo; Vitorio
Gracci, el muchacho del pantalón desteñido tenía experiencia en esa labor de
vigilancia dentro de las catacumbas; era uno de los varios “guardianes” de las
reliquias depositadas en su interior y que la Hermandad de la Santa Cruz cuidaba
de que no fueran sacadas del país de forma clandestina.
─Vitorio, ─decía el
hombre elegante que los atendía─ el objeto que ha sido extraído de esa
catacumba es el de mayor valor, incluso de todo el contenido en Roma y el
mundo. Se trata del vaso que Nuestro Señor utilizó durante la Cena Pascual,
antes de ser arrestado.
Los dos muchachos
escuchaban fascinados lo dicho por el ejecutivo de la hermandad, del que
desconocían su nombre y cargo, pero debería ser importante; el hombre que
hablaba, de manos finas y manicuradas, vestido impecable y hablar reposado, así
lo demostraba.
─Por ahora, Vitorio
─continuó el personaje─, debes mantenerte atento a todo lo que ocurra; la
excursión de los judíos continuará; no los pierdas de vista. En cualquier
momento serás requerido; algo deberás hacer, te lo garantizo.
─Commendadore,
no sé su nombre, ¿por quién debo preguntar?
─Oh, no te preocupes
por eso, te haremos llegar un mensaje a tu teléfono con las instrucciones
precisas. Ahora vuelvan a su trabajo… muy pendientes.
La expedición del
profesor Calahan, siguió de acuerdo con lo planeado; Elías y sus tres amigos
trabajaron por separado del grupo de novatos; siempre pendientes al leve
indicio de cualquier cosa. Tomaron fotografías de murales, columnas, capiteles
y arcos que se encontraban a su paso. Una gran impresión les causó encontrarse
con un recinto que rodeaba una mesa con calaveras humanas; era un gran osario
de cráneos superpuestos que miraban al frente.
─Esto me recuerda ─comentó Eleazar─, los tzompantli de
las culturas de Mesoamérica; eran una especie de cajas recubiertas de calaveras
humanas, donde reposaban los cráneos de personajes importantes. Uno de ellos,
de gran tamaño, impresionó a los conquistadores españoles que tomaron la Gran
Tenochtitlán.
─Sí, he leído de ello,
─respondió Jacob─ por ello deseo participar en alguna expedición a tu país.
El relato de Esaú
Tiempo después se
sabría en Jerusalén el contenido del manuscrito, que resultó ser de un joven
llamado Esaú ben Ajshalom, seguidor de Yeshúa (Jesús) y el vaso resguardado era
el que el propio Jesús había utilizado durante la llamada Última Cena, que se
realizó en la noche de Pascua en que fue apresado, juzgado y crucificado el mes
de Nissan del año treinta y tres de nuestra Era.
«─Esa noche ─relata
Esaú─, fui uno de los servidores de los comensales en la Cena del Seder. A
media tarde llegaron los apóstoles de Jesús, quien iba acompañado por Simón,
Santiago y Juan. El Señor era un hombre alto, moreno como la mayoría éramos. Su
mirada era firme, penetrante. Todo él emanaba fuerza.
─La cena se sirvió en el piso alto, lugar donde dormía la familia. Se
arrinconaron sillas, mesas y utensilios y sobre caballetes se improvisó una
mesa para los trece visitantes. Yo ayudé a colocar los platos y vasos y puse en
el lugar central, donde estaría parado Jesús, un vaso vidriado en verde que tal
vez de manera casual habían colocado ese, que era diferente del resto de los
utilizados.
─La celebración del Seder dio principio ─continúa Esaú el relato─, en
esos momentos yo no tenía trabajos que hacer, solo estar pendiente a cualquier
llamado, por lo que me senté en la escalera, miraba el desarrollo de la cena.
Yeshúa sirvió la primera copa de vino, levantó el vaso e hizo la oración de alabanza
y dio gracias a Dios por haber sido liberados de la esclavitud. Luego tomó un
poco de verdura; la mojó en el agua salada y la dio a los comensales; tomó el
pan ácimo, lo repartió, cortó a la mitad y reservó una parte para el final de
la cena. Entonces el más joven, Juan, hizo la pregunta:
─¿Por quá hacemos esta celebración?... ─todos respondieron─. “Un día fuimos esclavos
del Faraón en el Egipto; entonces nos condujo el Eterno, nuestro Dios, fuera de
allí”.
─El hombre mayor, Simón ─narra
Esaú─, hace el recuerdo de las diez plagas; todos mojan el dedo en la copa
de vino y dejan caer las gotas, no se beben. No se bebe por completo la copa de
la alegría, porque en aquellos tiempos mucha gente sufría. Luego de la
narración de la liberación, todos pronuncian el Hellel. Se bebe la segunda copa
de vino y Yeshua partió el pan dio las gracias a Dios y repartió un trocito a
cada uno. Tomó de las hierbas amargas, las sumergió en la salsa e hizo una
oración de gracias; la dio a cada uno.
─Al terminar la cena, todos los asistentes bajaron por la escalera,
nadie se fijó en ese muchacho parado a un lado para no estorbar el paso. En
cuanto todos salieron, empecé a levantar platos y vasos; sin pensarlo, tomé el
vaso vidriado en verde y lo guardé entre mis ropas. Bajé la escalera y salí de
la casa; todos trajinaban para retirar la mesa y dejar lista la habitación para
el reposo de la familia.
─Alcancé a ver que el grupo de seguidores de Yeshua se dirigía hacia la
salida poniente de la ciudad, la del valle del Cedrón y el huerto de olivos. Vi
detrás de ellos a mi amigo Marcos y quien me había acercado al grupo de Yeshua;
yo me dirigí a mi casa porque debería celebrar el Seder con mi familia.
─Al llegar, guardé el vaso en lugar seguro; hice mis abluciones como
ordena la Ley de Moisés y entré a casa a tomar mi lugar en la mesa. Al verme mi
padre hizo un gesto de asentimiento y empezó la ceremonia.
─Esa noche, ya tarde, se escucharon urgentes llamados a la puerta; molesto
mi padre preguntó quién llamaba. Escuché la voz de Marcos que me llamaba.
─!Esaú, David, vengan pronto, han detenido al Maestro!
─Mi padre también era seguidor de Yeshua, por lo que de inmediato retiró
la tranca y ambos salimos; corrimos detrás de Marcos, lo llevaban al Sanedrín.
─Fue una noche larga, todos los seguidores y sus discípulos se habían
ido por diferentes rumbos, temían ser detenidos por la guardia del Sanedrín; mi
padre optó por volver a casa, Marcos y yo nos quedamos para tratar de saber
algo; por ser unos chamacos, nadie se fijaba en nosotros. Horas después lo
sacaron, atado de manos, para llevarlo a la fortaleza Antonia, para acusarlo
ante el procurador Poncio Pilatos.
─Fue terrible verlo colgado del madero; los guardias no nos permitían
acercarnos. A lo lejos vimos a María su madre, a Juan y otras dos mujeres,
sentadas cerca de la cruz. Después de su resurrección empezaron a suceder
algunas cosas asombrosas.
─Por esos días, mi madre enfermó de gravedad, pensábamos que se moría;
tenía sed y me pidió un poco de vino; no hallaba en qué servirlo; entonces
recordé el vaso verde, corrí en su busca y le serví a mi madre un poco del odre
que teníamos. Cuando me acerqué a la cama de mi madre, el vaso se llenó de una
luz maravillosa; tan sorprendido estuve que casi se me cae el vaso, que se
sentía tibio; el vino rebajado con agua brillaba en un rojo intenso. Lo acerqué
a la boca de mi madre que lo bebió con avidez; luego se durmió tranquila; la
fiebre había pasado y su semblante era sereno. Volví a guardar el vaso y a
nadie dije lo ocurrido.
─No obstante ─narra
Esaú─, esta sanación de mi madre se supo en las reuniones que teníamos desde
la muerte y resurrección de Yeshua y cuando se presentó la oportunidad por
enfermedad de un hermano, me solicitaron el vaso; fui por él a mi casa y lo
llevé a la del enfermo. Le sirvieron el vino y volvió a iluminarse y volverse el
vino de un rojo intenso, ante el asombro de los presentes; ya no hubo duda, me
pareció escuchar la voz de Yeshua cuando les dio vino a sus discípulos el día
del Seder: «…esta es mi sangre, que será derramada por ustedes…»
─A partir de entonces se conservó el vaso en las manos de Simón-Pedro. Tiempo
después se unió Saulo a nosotros. Nacido en Tarso e hijo de un romano y una
mujer judía, se convirtió en feroz perseguidor de los seguidores de Yeshua,
hasta que en un viaje a Damasco se le apareció el Maestro; perdió la vista y
cuando la recuperó, se convirtió en tenaz predicador, viajaba por mar y tierra
a diversas ciudades, donde sembró La Palabra. Con el fin de aprovechar los viajes que iba a
realizar, se le confió el vaso sagrado para llevar el Evangelio a otras
ciudades. Las sanaciones que se realizaron al beber el vino convertido en Su
Sangre incrementaron el número los seguidores de Yeshua, y yo me fui con él.
─En esos viajes conocí a Lucano, médico griego que no tuvo oportunidad
de conocer a Yeshua y que se pasaba largas horas con Saulo, aprendía todo lo
referente al Maestro. Algunos años después, Saulo fue apresado por los judíos,
quienes lo acusaron de traición a Roma. Saulo adujo su ciudadanía romana y fue
privado de la libertad durante dos años, confinado a una casa que rentaba el Estado.
En ese lugar nos reuníamos sus seguidores y por sugerencia del Apóstol de los
gentiles, el vaso fue resguardado por Félix Aurelio, romano convertido a la fe
que dirigió por varios años la comunidad que era llamada cristiana. Ya entonces
nos reuníamos en una catacumba excavada extramuros de la ciudad, para depositar
los cuerpos de nuestros hermanos dormidos en el Señor, las persecuciones a los
cristianos se intensificaban.
─A mí, Esaú ben David, de cuarenta y seis años, se me confió la tarea de
buscar un sitio apropiado para conservar el vaso sagrado, que se utilizaba una
vez al año, durante el Seder. Al volverse violenta la persecución en tiempos de
Aureliano, elegí para ocultar el vaso uno de los muros de la catacumba;
acompañado de un fiel amigo, excavamos una pared; el vaso fue envuelto en un
lienzo limpio depositado en una caja de madera tallada y debajo de él esta
carta. Si alguna vez se localiza, será por voluntad del Maestro. La paz del
Señor le acompañe. El relato escrito en hojas de pergamino se colocó para dar
testimonio del valor del vaso sagrado.
─A pregunta expresa de Saulo, le comenté que fui consagrado a Dios
cuando me circuncidaron. Que por mi amistad con Marcos, me hice seguidor de Yeshua,
hasta su muerte y resurrección.
─Nunca me casé y dediqué mi vida a transmitir el Evangelio de Yeshua;
cuando Saulo fue llevado a Roma, yo lo seguí también. Lo visité día tras día
durante los dos años que estuvo detenido en la casa alquilada y que era
vigilada por un soldado. Esaú murió anciano en el año ochenta y el vaso pasó,
para su resguardo, entre los amigos varones, hasta que, durante la persecución
de Diocleciano fue ocultado en la catacumba, fuera de la ciudad.
─En la catacumba se reunían los hermanos a partir el pan y cuando alguno
estaba enfermo de gravedad, el poseedor del vaso lo sacaba, todos los reunidos
hacían oración a Dios, escanciaban vino y se lo daban al enfermo; las
sanaciones se repitieron, según indicaba el manuscrito»
El manuscrito no
indica por qué razón fue tapiado el hueco donde se conservaba. Por el sitio
donde fue hallado, un habitáculo de respaldo semicircular y al frente una
pequeña mesa de mármol, se supone que era, en ese tiempo, la Mesa del Servicio,
lo que en la actualidad son los altares para la celebración eucarística y el
sagrario o tabernáculo, donde se reserva el Pan consagrado.
Esta fue la conclusión
del informe de la Dirección Arqueológica Italiana. En la realidad no se podía
obtener otra información de los tres objetos encontrados y su sitio de
descubrimiento. Para los israelitas eso fue suficiente.
2015
La temporada de
excavaciones terminó y todos se retiraron a Tel Aviv; unos a finiquitar sus
estudios o trámites de terminación; algunos a integrase a grupos de trabajo, ya
como graduados y el resto, los novatos, a iniciar el Primer año de la carreara.
El profesor Calahan,
director de la carrera, se encontraba ocupado en organizar los grupos y designaba
maestros para las diversas materias del primer grado. Elías fue recibido como
investigador en el departamento de arqueología. Su novia, Ángela Pellegrini
estaba contratada como maestra para los novatos, en tanto iniciaba su doctorado
en culturas centroamericanas. Eleazar, al igual que Ángela, fue nombrado
maestro de primer grado e iniciaba su doctorado en cultura Olmeca. Por su
parte, Jacob fue incorporado a una expedición que se preparaba para trabajar en
Medio Oriente.
Tiempo después, los doctores Robert Calahan
y Elías Rosenberg, eran notificados por el Instituto Arqueológico de Roma. Se
habían concluido los estudios referentes al vaso de cerámica vidriada y la
traducción de los pergaminos hallados en el mismo sitio. El vaso de cerámica y
los pergaminos correspondían al primer siglo de la era cristiana. El contenido
del manuscrito, que resultó ser de un hombre llamado Esaú ben Ajshalom,
seguidor de Yeshúa (Jesús), era el depositario del vaso que había utilizado el
Maestro durante la llamada Última Cena, que se realizó en la noche de Pascua en
que fue apresado, juzgado y crucificado el mes de Nissan del año treinta y tres
de nuestra Era. Se narran también diferentes sanaciones milagrosas que se
atribuían al mencionado vaso, que, en el momento de verterle vino, se iluminaba
de forma inexplicable, dando la salud a quien bebía el contenido. Sin que se
sepa el por qué, se encontraron posos casi microscópicos de lo que podría ser
sangre. Debido a la escasez de material, no se puede determinar si es sangre
humana o animal. En cuanto al análisis de la tela que envolvía el vaso, fue
fabricado con lino de la región de Israel y, según el análisis de carbono 14,
fue elaborado alrededor del 50 A. C. Su buena conservación es debida a la
carencia de luz y aire donde se ocultó.
─Maestro, me preocupa
la seguridad del vaso, me han llegado noticias de que existe una organización
preocupada por recuperar los elementos materiales que se utilizaron durante la
vida de Jesús de Nazaret. Es un grupo que se mueve en la clandestinidad y
cuenta con suficientes recursos económicos para llevar a cabo su tarea.
─No debes preocuparte
por ello, Elías, al conocer la Iglesia católica el descubrimiento del auténtico
cáliz utilizado por Jesucristo en la cena de Pascua serán los primeros en
intentar resguardarlo en las bodegas del Vaticano, ese vaso se ha tomado,
dentro de la Liturgia como elemento central de la Eucaristía. Para el museo de
Israel, solo es un vaso de barro de la época cristiana. La iglesia tratará de
obtenerlo, aunque es reacia a reconocer efectos milagrosos como los que señala
la carta.
─Tiene razón, maestro,
espero que, el vaso se encuentre a resguardo y que lo podamos ver en alguna
exposición.
─Veo difícil que eso
ocurra, durante toda la historia se ha mencionado un cáliz hecho de algún metal
valioso, contra toda lógica, dado que los apóstoles y sus seguidores en su gran
mayoría eran gente sencilla y no se menciona en los Evangelios que la cena
pascual se hubiese celebrado en una casa de ricos.
La Hermandad de la Cruz
En la ciudad de Roma,
el año de 1920, pasada la I Guerra Mundial, se reúnen un grupo de religiosos
con fieles, devotos y ricos feligreses. La reunión la encabeza el cardenal
Mássimo Lessi, con voz y representación del papa Benedicto XV, se aprestaba a
firmar la carta de constitución de la Orden laica La Hermandad de la Cruz;
dirigida y patrocinada por diversas personas de intachable pasado, quienes
habían elegido por unanimidad a Leopoldo Alessandri, acaudalado naviero
veneciano, como canónigo honorífico para regir el capitulum de la Orden.
La función encomendada
y que deberían seguir con celo y con plena tolerancia papal, es el cuidado y
salvaguarda de los objetos sagrados existentes en templos, conventos, casas
particulares y visibles u ocultos en las catacumbas de Roma. Con el fin de
actuar en plena libertad, podrían operar en la clandestinidad, si así era
aprobado por el Capitulum.
Dicho órgano colegiado
sería elegido en un principio por el cardenal Mássimo Lessi, que haría una
investigación profunda en el pasado de los candidatos, con el fin de elegir a
los hermanos legos que ocuparían tan honroso lugar. El cargo era de carácter
vitalicio y siempre se mantendría una lista de los posibles sustitutos, tanto
para canónigo, así como para los cinco hermanos legos que compondrán el Capitulum.
La sede de la Orden
estaría en el barrio de Trastévere, en una casona del siglo XVII; un florido
jardín frontal impedía imaginar lo que era la Orden. La casa, sobre elevada un
metro del jardín contaba con una breve escalinata de mármol; dos leones del
mismo material custodiaban el paso que daba acceso a una agradable galería
sostenida por columnas de orden jónico. La puerta principal, de hierro forjado
con cristales biselados, se encontraba al centro de la fachada; del lado
derecho ostentaba un escudo de armas: sobre fondo azur; un círculo en sable y
al centro, en plata, una cruz. En la parte alta del escudo, sobre un gafete la
leyenda “Fratrum S. Crucis Christi”.
─Vitorio, ─le llamó la
agraciada secretaria con una sugestiva sonrisa─ puedes pasar, el jefe te
espera.
Con paso seguro,
Vitorio abrió la puerta y entró a un amplio despacho donde lo esperaba el jefe.
Una lámpara encendida a su espalda impedía verle el rostro.
─!Informa Vitorio!,
─pidió con energía─ ¿qué noticias me tienes?
─El chico del
Instituto, me ha comentado que se terminaron los estudios de datación del vaso
y el lienzo, lo dataron de forma correcta. Primer siglo de esta Era.
─Es lo que
esperábamos, ¿sabemos ya en dónde conservarán el vaso?
─Aun no, señor, se
encuentra en el laboratorio, pero parece que hay la intención de obsequiárselo
a la Universidad de Tel Aviv, consideran que es tan común como los cientos de
cacharros desenterrados en diversos lugares de Roma.
─!Vaya semejante
tontería! Si supieran lo que tienen entre manos, caerían de rodillas ante el
vaso. ¡No podemos perderlo de vista!, instruye a tu contacto para que te
informe de inmediato ante cualquier movimiento que pretendan. El Vaso Sagrado
no debe abandonar Roma. A cualquier costo debemos recuperarlo.
─Existe la intención
de que la Santa Sede lo pida para su custodia, quiera Dios que se los
entreguen.
El hombre misterioso
quedó en silencio, jugueteaba con un lápiz, pensaba en lo que deberían hacer.
Volvió a hablar.
─¡Retírate Vitorio! y
mantén los ojos abiertos. A cualquier hora, de día o de noche, tienes el teléfono
abierto y puedes llamar a Lucía si es urgente, ella sabe dónde localizarme.
El joven de la playera
azul y pantalón desteñido salió del despacho. Al pasar frente a la secretaria,
le guiñó un ojo, la chica le sonrió.
Abandonó la casa, a
paso lento cruzó el río por el puente Garibaldi, caminó por Arenula a la plaza
del Cienci; entró en un barecito tranquilo donde lo esperaban sus dos amigos,
Miguel Ángelo y Tomassino.
─Aló, chicos ─saludó
al llegar─, la cosa se pondrá buena, pero debemos esperar. Tú, Tomassino,
deberás estar pendiente para enterarte cuando saquen el vaso del laboratorio y
a dónde lo llevan. Miguel Ángelo, revisa la correspondencia para saber si lo
sacan del Instituto, a dónde lo llevan y por qué medio de transporte. Me avisas
cualquier movimiento, no importa la hora en que se haga.
Tomassino tenía sus
contactos en el laboratorio donde estudiaban el vaso. Un empleado del almacén
general le avisó que en dos días se enviaría a la Universidad de Tel-Aviv, no
obstante, la petición directa del Papa Benedicto, argumentaban que, siendo una
pieza fundamental para la cristiandad debería estar en el Vaticano para su
custodia.
De inmediato Tomassino
comunicó a Vittorio la decisión tomada. Hizo una llamada telefónica al jefe,
que le indicó que pasara a una cierta pensión donde le proporcionarían una
furgoneta cerrada con un comando especializado para esas operaciones. Estarían
pendientes.
Tomaasino citó en un
bar a su contacto en el laboratorio, Luca, un hombre de cuarentaicinco años,
astuto y un fundamentalista católico, dispuesto a dar la vida en defensa de sus
creencias. Enteró que se preparaba su traslado al aeropuerto para el envío de
la pieza a Tel-Aviv.
Tomassino le entregó
una caja con una bomba de humo, con un reloj de retraso de quince minutos, que
intentaría colocar en el vehículo que llevara la pieza. Al colocarla debería
ponerla en acción, procuraría que no fuera con mucha anticipación para evitar
que funcionaria antes de la salida del transporte. Mediante una llamada al
celular le indicaría el momento de la partida, ya tenían dos automóviles
dispuestos en distintos sitios de la ruta, en los posibles puntos del asalto.
─Luca, le indicó─,
cuando tengan todo dispuesto me pones un mensaje por WhatsApp indicas si es una
caja, o portafolios o cualquier tipo de envase, para no perder tiempo en
buscarla. Tú sigue con tu trabajo y no te hagas notar.
En tanto esto ocurría
en Roma, en la universidad de Tel Aviv, Elías y sus amigos, los descubridores
de la valiosa pieza, por su carácter histórico, preparaban un discurso que
debería decir ante los alumnos de la institución. El hecho le daba relevancia
en el ramo de la arqueología mundial. Se encontraban en el cubículo asignado a
Rosenberg.
─Qué emoción, ─decía
Ángela─ este hallazgo te hará muy famoso, en particular en los países
católicos. Todos tratarán de conocer el famoso vaso de Jesús.
─Una vez leída la
carta que da crédito al vaso, ─expresó Eleazar─ ¿qué piensan los judíos
respecto a las curaciones milagrosas que mencionan? ¿Ayudará ello a que
rectifiquen lo referente al mesías anunciado?
─Es difícil
predecirlo, ─repuso Alazraky─ mas de mil años no fueron suficientes para que la
comunidad judía de su tiempo creyera en Jesús, no veo porqué cambiarían ahora.
─Recuerdo ─intervino
Ángela─, lo que el propio Jesús les dijo: «ustedes creen en mí no por los
signos que han visto, sino por el pan que comieron hasta saciarse»
─Por mi parte y tal
vez por conveniencia personal ─dijo Elías─, y dado que este es el motivo de mi
estudio arqueológico, sí creo que, ante esta evidencia, Jesús sí fue el mesías
esperado. No obstante, mis paisanos son reacios a creer en algo que contravenga
lo dicho en la Torá y la Mishná. Veo muy difícil que esta evidencia los haga
cambiar de punto de vista.
─En todo caso ─volvió
a intervenir Jacob Alazraky─, tal vez tengan que pasar otros mil años para que
nuestros teólogos lo asimilen y la comunidad lo empiece a aceptar.
─Me temo que eso
sucederá ─concluyó Eleazar en el momento en que sonó la campana para el
reinicio de clases─.
Todos se dirigieron a
continuar con sus actividades, excepto Elías, enfrascado en el mensaje que
dirigiría a la comunidad universitaria. Ya para entonces su mente era un mar de
confusiones, «¿será esto mi camino de Damasco?» ─pensaba─.
En el Vaticano, donde
se había recibido de forma clandestina una fotografía del vaso y copias del
escrito original y de la traducción realizada, todo era nerviosismo.
─De ser esto cierto,
Santo Padre ─comentaba un monseñor ante el papa Francisco─, ¿qué podemos decir
ante tantos santos griales que se han “descubierto” al paso de la historia?
─Ninguno de ellos ha
sido aceptado por el Vaticano ─dijo rotundo─, este nuevo hallazgo, con todo y
la carta que lo acompaña, será sometido al estudio profundo de nuestros
especialistas, en tanto, no podemos aceptar nada, es uno de tantos que se
tomará con las debidas precauciones. La Iglesia no tiene prisa en demostrar
nada, para nosotros, dos mil años de historia son suficientes.
─Los asistentes a la
reunión guardaron un respetuoso silencio, no se podía contradecir al Santo
Padre en una cuestión tan incierta.
Una vez terminada la
reunión donde se habían discutido otras cuestiones, dos obispos americanos se
reunieron en privado.
─¿Qué piensa usted,
monseñor Salinas, de todo este asunto? ─preguntó el obispo Bridge─.
─Creo que es posible
que mi comunidad crea esta situación. Es un pueblo devoto, fiel creyente de
nuestra doctrina y en lo personal le doy credibilidad a este humilde vaso de
cerámica vidriada sobre un santo grial de oro y joyas preciosas.
─Razonable, monseñor
Salinas, la comunidad cristiana de los primeros dos siglos, eran gente humilde,
pastores y agricultores con una producción de subsistencia y casi esclavos de
los señorones que podían disponer de grandes vestidos y joyas. Jesús, hijo de
un carpintero rural, no vivía muy por encima de sus vecinos.
El rescate
De acuerdo con lo
convenido, Luca hizo la llamada telefónica. Fue lacónico.
─Mercedes Benz Blanco.
Poco después, en
mensaje escrito, puso: Maletín de cuero.
Desde temprana hora la
furgoneta y un Fiat 1100 gris custodiaban las calles por donde debería pasar el
auto blanco para dirigirse al aeropuerto. Las calles estrechas de Roma les
facilitaban la operación.
Al paso del Mercedes
Benz, el equipo del Fiat siguió detrás de ellos. Calles adelante y en el
momento oportuno la furgoneta bloqueó el paso del auto, en el instante que la
bomba de humo explotó. El Mercedes se detuvo, de inmediato salieron dos hombres
con metralletas Uzi y chalecos antibalas, eran agentes de la unidad
antiterrorista de los Carabinieri, adiestrados contra ataques sorpresivos.
La explosión de la
bomba abrió el maletero del Mercedes. Los hombres de la furgoneta empezaron a
disparar contra los agentes policiacos, en tanto, cuidaban de no quedar al
alcance de las balas de sus compañeros, los pasajeros del Fiat se apoderaron
del maletín. Los agentes se encontraban heridos y los asaltantes con el maletín
abordaron la furgoneta y escaparon a toda velocidad. Cuando se presentó una
unidad de los Carabinieri, dieron auxilio a los heridos y otros se pusieron a
dar alcance a los delincuentes.
Les llevaban mucha
ventaja y el tráfico de la mañana les complicó la persecución a los policías.
En cuanto a la furgoneta, cambió de dirección en un callejón y entró a un
garaje abierto que ya los esperaba. En el trayecto sacaron el vaso y tiraron el
maletín.
Tranquilo ya y a salvo
de la persecución, Vittorio escribió un mensaje para la Hermandad de la Cruz: “El
bebé salió de cuidados intensivos, en unas horas lo darán de alta y cuando no
haga tanto calor, lo llevaremos a casa”
Cuando el elegante
caballero de los trajes Armani leyó el mensaje, que a su secretaria se le hizo
muy extraño, lo entregó e inocente preguntó:
─¿Su nietecito estaba
enfermo, comendatore?
─Un poquitín, signorina,
─dijo sonriente─.
En el Garaje, Vittorio envolvió
en una franela gris el valioso vaso y lo guardó en una mochila estudiantil,
similar a la que todos los chicos portan a toda hora. Utilizando una patineta
eléctrica salió de un departamento que tenía comunicación con la pensión de
autos. Sin poder circular a gran velocidad por los transeúntes Vittorio Grassi
se dirigió al Trastévere, a la sede de la Orden de la Cruz.
El joven italiano se sentía ufano, se movía alegre entre los
sorprendidos viandantes que se hacían a un lado para darle paso al singular
vehículo. Entre el tráfago mañanero, nadie tomó en cuenta un casi silencioso
dron que seguía la ruta de Vittorio. Solo bastó un disparo bien dirigido para
poner fuera de acción al portador del vaso sagrado. Del lugar convenido se
acercó un joven, tomó la mochila y siguió caminando, dobló en una esquina y
abordó una elegante limusina que aguardaba con el motor encendido. Silencioso
se integró a la circulación.
─¿Y bien, Vittorio?, ─le interrogó el misterioso personaje detrás de la
luz─ ¿qué fue lo ocurrido?, desde luego no fue un hurto callejero, te hubieras
percatado de quien te arrebataba la mochila. Dime cómo ocurrió.
─No sabría cómo explicarlo, commendatore, no escuché nada extraño, ni
nadie se acercó a mí, iba a buen paso en la patineta y de pronto sentí un golpe
en el hombro y perdí el equilibrio. No sé cuánto tiempo pasaría, volví en mí y
ya no tenía la mochila.
─Muy extraño todo esto. Veremos qué nos pueden mostrar las cámaras de
video de la calle, ─el hombre pulsó un botón y dio unas instrucciones─ dadme
imagen de la Vía della Trinitá.
En breves minutos tenía en la pantalla de su computadora las imágenes de
la mencionada calle en su aproximación al puente para llegar al Trastévere.
Ubicó con claridad el recorrido que iba teniendo Vittorio, de pronto pareció
perder el equilibrio y cayó, golpeándose la cabeza. No se ve nada fuera de lo
común, solo al joven que se lleva la mochila y camina tranquilo hasta la
esquina, entonces se pierde el muchacho. Tal vez un francotirador, cosa
improbable por la cantidad de gente que lo rodeaba. Luego de pensarlo volvió a
utilizar el intercomunicador.
─!Que se presente el médico que atendió a Vittorio!
Cinco minutos después se presentó el doctor Russo
─A sus órdenes commendatore, ¿en qué puedo servirle?
─Usted acaba de atender a este muchacho, ─señala a Vittorio─ ¿qué
lesiones presenta?
─Una herida por arma de fuego que interesó el trapecio sin lesionar
huesos. Una salida limpia.
─¿Cómo supone usted, doctor, que pudieran haberle disparado entre tanta
gente?
─No lo había considerado así. Un disparo de cerca, por la espalda, pero
el ángulo de disparo es imposible, deberían poner el arma por encima de la
cabeza de Vittorio, pero moverse a la misma velocidad que él, imposible
hacerlo, además habría residuos de pólvora, no se detectaron.
─¿Qué tan arriba se imagina?
─Fue una bala de calibre pequeño, disparada tal vez desde lo alto de una
azotea. Pero el movimiento y la velocidad lo harían muy difícil, aun con mira
telescópica.
─¿Desde un helicóptero?
─Sería posible, commendatore, pero supongo que el ruido hubiera sido tan
fuerte, que hubiera llamado la atención de Vittorio. No lo menciona.
─¿Tal vez un dron con cámara de precisión para controlar el disparo?
─Parecería ciencia ficción, pero creo que solo lo tienen Israel y
Palestina y tal vez algún grupo terrorista árabe.
─Le agradezco sus observaciones, doctor Russo, me ha dado claridad y
creo que ya sé por dónde empezar.
─Vittorio ─indicó al mensajero─, vete a descansar, permanece en casa
para localizarte en caso de ser necesario. Te repondrás pronto.
El hombre ocupó el comunicador de la oficina.
─!Que venga de inmediato Hugo Ferrari!
─A la orden, jefe ─dijo saludando de forma marcial, estaba- en posición
de firmes, como militar─.
─Coronel, le tengo una misión especial y urgente, necesito que mueva a
su gente, la mejor preparada y eficiente. Tal vez esta sea la misión de mayor
importancia en su carrera en el Servicio Secreto.
Con calma y de forma clara, le explicó al militar lo que estaba en juego
y cómo se había llegado a tener posesión del vaso en el que Jesús dio a beber
el vino a sus apóstoles en la Cena de Pascua e instituyó la Santa Eucaristía.
El coronel Ferrari escuchaba sorprendido lo relatado por su jefe y comandante.
Al terminar de escuchar el relato, emocionado y con los ojos húmedos, expresó:
─Commendatore, ofreceré mi vida de ser necesario, pero prometo a Nuestro
Señor que Su Vaso, volverá a donde debe estar, en el Vaticano.
La limusina negra entró a un hangar privado del aeropuerto Fiumicino,
donde los esperaba un avión Lear de dieciséis plazas. En cuanto los pasajeros
estuvieron a bordo, el avión pidió permiso para despegar, lo enviaron a la
cabecera oeste para formar detrás de Air France y un Iberia. Quince minutos
después estaban en el aire con destino al aeropuerto Beersiva de Israel.
Samael Baruch encabezó el comando que recuperó el vaso y era el
dirigente de una organización fundamentalista Judía, a costa de lo que fuera, se
lograría que el pueblo judío siguiera a la espera del Mesías anunciado por los
profetas. La organización era financiada por empresarios multimillonarios de
distintas nacionalidades. En el aeropuerto ya los esperaba un Jeep para
trasladarlos a unas cabañas en la frontera con Jordania. Cinco hombres formaban
el comando encargado de recuperar el vaso, llevarlo a Israel y ocultarlo
durante los siguientes mil años.
El comandante Samael, cuyo nombre significaba veneno de Dios, en
su Brit Milá, sus padres le eligieron ese nombre y lo consagraron a
Dios, con la promesa de salvaguardar la integridad de la Torá y la Ley Mosaica.
Cuando sus contactos de la Universidad de Tel-Aviv le enviaron la fotografía
del vaso y la traducción del pergamino escrito en arameo, no dudó un solo
instante de que debería de recuperar el vaso y volverlo a perder. Quedaban las
fotografías y el manuscrito, pero sin el vaso que realizaba esas supercherías
milagrosas, nada podían probar. Ya con el tiempo se encargarían de destruir los
documentos respectivos.
Con sus contactos en los servicios de inteligencia de Israel e Italia,
pronto tuvo la información necesaria para preparar la operación de rescate,
traslado y ocultamiento del vaso. Miembro Veterano del Mossad, sabía
organizar operaciones casi quirúrgicas. El Servicio Secreto israelí le facilitó
el dron equipado con el equipo especial para eliminación selectiva de enemigos.
Sus cuatro subalternos eran miembros activos y fundamentalistas convencidos de
que trabajaban al servicio de Dios. Casi cuatro mil años de historia judía no
se cambiarían por un vulgar vaso de barro.
A partir de que el equipo de rescate llegó a la frontera jordana, Samael
se movería a solas, con ello se evitaría alguna indiscreción involuntaria o que
llevara un estímulo económico, confiaba por completo en su equipo, pero confiaba
en realizar a solas esta operación. Se encerró en su habitación, se colocó el Kipá,
encendió la Menorah y se ató las faltriqueras, se ajustó el taledo,
se puso el talit sobre los hombros y extrajo el Talmud. Oró toda la
tarde y cuando el sol se ocultó, con reverencia guardó sus elementos de
oración. Envuelto el vaso en un lienzo blanco, lo guardó en una caja de madera
y todo preparado lo echó en su morral, envuelto en sus ropas personales.
Sus hombres acompañaron a su comandante hasta la frontera y por oscuros
caminos evitaron las patrullas jordanas que cuidaban la línea con Israel.
Siguió una ruta de montaña y ya cuando amanecía llegó a una cabaña ocupada por
seudo jordanos, israelitas en posiciones de avanzada que hacían la vigilancia
de las partidas militares. Todo el día descansó con los soldados, comió y bebió
agua en cantidades suficientes para un día de marcha.
En cuanto se alejaron un poco, salió de la mina y se ocultó detrás de
unas rocas, en el preciso instante en que detonó la bomba que cerraba la mina
por completo. Al escuchar la detonación, los soldados regresaron a ver qué
había ocurrido, vieron que salía polvo del interior de la gruta.
Atribuyeron la explosión a acumulación de gas grisú, cosa frecuente en
esas viejas minas. Lo anotaron en su bitácora para hacer su parte de novedades.
Por la noche Samael regresó a la cabaña donde había pernoctado, agradeció a
Dios que le hubiera permitido cumplir con su tarea, cenó con calma y durmió a
satisfacción.
Tres días después el comando se encontraba en Tel-Aviv, celebraba su
éxito en un bar de las cercanías de la universidad.
FIN
Sergio A. Amaya Santamaría
Febrero de 2020
Octubre de 2021
Playas de Rosarito, B. C.