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LA CATACUMBA ROMANA

jueves, 28 de octubre de 2021

LA CATACUMBA ROMANA

 

La catacumba romana

 

"No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer".

Carl Sagan

Universidad de Tel-Aviv

“…esta es mi sangre, que será derramada por ustedes…”

Estas palabras resonaban en la cabeza del recién graduado de la universidad de Tel Aviv, Elías Rosenberg, que preparaba su tesis de doctorado. Su profesor, el arqueólogo americano Robert Calahan, lo tenía integrado a su grupo de trabajo que tenía el permiso de excavación en una catacumba romana llamada Vigna Randanini, que partía de la antigua Vía Appia.

No obstante ser un sitio explorado en varias temporadas, era un buen lugar para que los graduados adquirieran experiencia en las técnicas y cuidado de los sitios elegidos; era sabido que siempre existía la posibilidad de hallazgos inesperados. Todo el grupo tenía preparados sus documentos personales y las visas correspondientes para entrar a Italia; los estudiantes procedentes de Israel recibían un trato especial.

 Hacía unos días que se habían terminado los cursos regulares y empezaba el receso de vacaciones de verano; sus amigos y compañeros se dispersaban en diferentes rumbos, algunos dentro del país y los extranjeros venidos de diversas universidades, retornaban a sus lugares de origen.

Esa noche, celebraban la terminación del curso y un grupo de amigos se reunió en un bar del centro de la ciudad. Cuatro jóvenes que formarían parte de la excavación en Roma,

Elías era un buen judío ortodoxo y su doctorado se basaba en el estudio de las sagradas escrituras cristianas, en el sentido de que provenían de las tradiciones hebreas desde los oscuros tiempos de Abraham, nacido en la ciudad de Ur, de Caldea, mil ochocientos trece años antes del nacimiento de Jesús.

Estaban reunidos sus mejores amigos, entre ellos, su favorita y con quien sostenía una buena relación, Ángela Pellegrini, joven italiana recién graduada que apoyada por Elías consideraba la posibilidad de un doctorado en la cultura hebrea; sería esa o la cultura maya centroamericana, aunque ello le llevaría a separarse de su novio. Existía la diferencia religiosa, pero ambos pensaban que era superable.

Los acompañaban Eleazar Castañeda, compañero de habitación de Elías, mexicano, graduado de la Universidad Nacional de México y estudiante de doctorado de la cultura hebrea y su origen. El grupo lo completaba Jacob Alazraky, amigo y compañero de doctorado de Elías. Estos cuatro jóvenes arqueólogos destacaban por su brillante trayectoria estudiantil y eran de los preferidos por el profesor Calahan en sus excavaciones.

Cuando se reunieron en el bar, ubicado en el sótano de un alto edificio, la concurrencia era moderada. El ambiente lo animaba una música un tanto retro para su gusto, pero del agrado de la mayoría compuesta por ejecutivos de las oficinas cercanas; tocaba un grupo israelí con vestimenta que recordaba a los Beatles, incluso con un guitarrista zurdo.

Les asignaron una mesa cerca de la pista. No eran bebedores, por lo que los cuatro pidieron cervezas y algunos bocadillos kosher para picar. Desde luego que la plática estaba centrada en la próxima expedición que realizarían a Italia.

─Ángela ─preguntó Eleazar─, ¿no te emociona ir a tu país?

─!Claro que me emociona! Y mucho. De ser posible quisiera invitarlos a mi casa, cerca de Milan, aunque es probable que mis padres vayan a Roma a saludarme; eso con el fin de que no gaste en el traslado.

─No te preocupes, querida ─intervino Elías─, lo importante es que estemos juntos, además en Roma hay muchos sitios donde podemos divertirnos.

─Es cierto ─expresó Jacob─, preferible permanecer en Roma, yo no cuento con recursos para hacer ese viaje.

La charla siguió y Elías invito a Ángela a bailar, en el receso de los músicos se escuchaba música grabada lenta, ideal para las parejas.

En tanto se retiraban para bailar, sus amigos comentaban:

─Eleazar, ¿dejaste novia en México?

─Tuve una novia y pensábamos casarnos, pero al terminar la carrera en la universidad, me ofrecieron la beca para hacer el doctorado aquí y no pude rechazarla; Bertha, mi novia, estudiaba medicina, estuvo de acuerdo y quedamos en que al volver nos casaríamos; pero la distancia puede cambiar las cosas y en mi caso así fue. Tal vez el amor no era tan firme y mi novia me escribió para que termináramos la relación. No me dijo la razón. Poco después y por medio de una de mis hermanas, me enteré de que la habían visto muy amorosa en compañía de un médico, a quien conocí poco antes de venirme a Israel.

─Suele pasar eso ─respondió Jacob─, pero supongo que fue mejor así. No imagino lo que pudiera haber sido tu matrimonio si ella no te quería lo suficiente.

─Tienes toda la razón, de esa forma lo entendí; ello me ayudó a aceptarlo sin dolor, debo decirte que yo sí estaba enamorado de ella.

La pareja de enamorados volvió a la mesa para no dejar mucho tiempo a los amigos… Iba a hablar Elías cuando vieron aproximarse al profesor Calahan, que al verlos se encaminó hacia ellos.

─Hola, muchachos, ¿no los interrumpo? ─preguntó educado el profesor─.

─Desde luego que no, maestro ─respondió Ángela─, por favor acompáñenos.

─Supongo que celebran el fin del curso. Me alegro de haberlos encontrado juntos; en un par de día partiremos hacia Roma y deseo comentar algunos detalles con ustedes. Tal vez estén enterados de que me han encomendado hacer un recorrido con un grupo de chicos que vienen a empezar la carrera en la universidad; es la primera vez que me designan y no pude negarme.

─Entonces ¿se cancela nuestra excavación? ─preguntó Elías, ante la expectativa de los otros tres─.

─!De ninguna manera! Yo estaré ocupado unos cuantos días; en tanto, te voy a encargar a ti, Elías, que encabeces el grupo; eres el de mayor experiencia y será una buena práctica para ti; Jacob será tu segundo y los tres estarán bajo tu mando y guía. Yo espero que todos estén de acuerdo. ─dijo a los cuatro jóvenes─.

─De acuerdo…, no hay problema…, encantada. ─Jacob, Eleazar y Ángela lo aceptaron, ante el beneplácito del profesor Calahan y Elías─.

─Muy bien chicos, para celebrarlo, yo invito la siguiente ronda de cervezas. Elías, aunque tienes experiencia en otras excavaciones, te recuerdo que debes ser muy cuidadoso; ver detalles al parecer insignificantes o sin importancia; siempre existe la posibilidad que surja algún objeto que ha sido pasado por alto, pero que puede representar un buen hallazgo que podría llevar a complementar lo que se tiene estudiado que ocurría en esas catacumbas.

─Gracias por recordarlo, profesor; desde luego que tendré sumo cuidado con esos detalles que menciona. Tengo un verdadero interés en esa catacumba. Aunque todas fueron lugar de enterramiento de los primeros cristianos; en ocasiones se realizaba el culto de “partir el pan”, que era una comida en comunidad, en tanto se recordaba de forma oral y tal vez con alguno de los libros escritos, sobre la vida de Jesús.

─Con esos antecedentes ─prosiguió Elías─, se encontraron restos de los inhumados y objetos con que acompañaban el cadáver, costumbres de la antigüedad. Eso ha permitido reconstruir ese período de la historia. No se descarta que pueda haber otros objetos que nos den luz a lo ocurrido en el siglo II del cristianismo.

─No pasemos por alto que también fue refugio durante las persecuciones a los cristianos ─dijo Eleazar─, por tal razón se han encontrado espadas, lanzas, escudos y demás objetos que utilizaban para defenderse de los legionarios que los perseguían.

─Referente eso ─preguntó Eleazar a Elías─.

¿Por qué, siendo judío, te interesas por la historia cristiana?

─Una buena pregunta, ─corroboró Jacob─.

─Esa misma pregunta me la hizo el profesor Calahan cuando le externé mi interés de hacer el doctorado en esa etapa de la historia. Esta es la razón que le di:

─Soy judío devoto y practicante de la religión de mis padres, pero no deja de sorprenderme ¿por qué razón no estamos convencidos que el Mesías anunciado por los profetas?, nunca fue aceptado; ni en su tiempo, ni ahora. Esa fue la base del nacimiento de lo que a la postre se convirtió en el cristianismo y que dividió a la población judía en general. Mi interés es encontrar algo que dé luz a esa interrogante que me hago.

─Debo decir que a mis padres nunca les ha gustado eso que yo me empeño en descubrir; para ellos lo dicho en La Torah, que son los cinco Libros escritos por Moisés, conocidos también como la Ley Mosaica y La Mishná la tradición oral, que fue recopilada en el siglo II, son la única verdad.

La plática se prolongó un par de horas, hasta que el profesor Calahan decidió que él se retiraba. Los muchachos también hicieron los mismo y salieron del bar, estimulados por la plática y su futura expedición.

Roma al fin.

A hora temprana, los amigos se reunieron en el Aeropuerto Ben Gurión, consideraban que se llevarían algún tiempo para realizar sus trámites; el vuelo a Roma era de los que movían un mayor número de viajeros. En tanto esperaban su turno en la fila para revisión de pasaportes y visados, llegó el profesor Calahan, seguido por algunos de los muchachos que serían los novatos en la universidad; en Roma se les unirían los procedentes de otros países.

Al terminar el trámite pasaron a la sala de abordar; ya era un grupo notorio, sus risas y bromas se sentían en la abarrotada sala. Minutos después arribó el avión en que viajarían; era un vuelo procedente de España. Bajaron una buena cantidad de viajeros de rostros cansados; tal vez el aeropuerto español hubiese sido una escala para llegar a Israel. Ya en sus asientos, les avisaron que el vuelo llevaría unas tres horas y media, por lo que estarían llegando a Roma en las primeras horas de la tarde.

 Cuando salieron del Aeropuerto de Roma-Fiumicino, en la ciudad había una temperatura de 28º Celsius. A bordo de un taxi con aire acondicionado, a vertiginosa velocidad los llevaron al hotel reservado. Los viajeros estaban sorprendidos del agitado tráfico romano.

 

Al día siguiente se presentaron en la oficina donde les entregaron el permiso de excursión y excavación en la catacumba Vigna Randanini, que partía de la antigua Vía Appia.

En cuanto entraron a la catacumba, Elías recordó la plática en el bar; sabía que las catacumbas están bastante trabajadas; pero siempre había la posibilidad de encontrar algunos vestigios u objetos que esclarecían partes de la historia; mucho interviene la suerte, en particular para los novatos, que era el caso de Elías, era su segunda excavación, la primera fue como estudiante avanzado. El profesor que los guiaba les recomendaba mirar con cuidado las paredes, algunas revestidas de calaveras o convertidas en osarios; en ellas era frecuente que ocultaran algunas reliquias.

El ingreso es una construcción románica; el descenso a la catacumba se hizo por una escalera construida en tiempos modernos; con enrejados de hierro forjado; un pequeño atrio se cruza para la entrada a la catacumba, protegida por una cancela también de hierro, al cruzarla empieza el descenso por una escala de cantera. «Es probable ─Pensaba Elías─, que, en su tiempo, el acceso haya sido por medio de una escalera de mano, la que quizás retiraran cuando todos hubiesen penetrado».

El pasillo, que es la propia catacumba, excavada en la toba volcánica, tiene un ancho poco mayor a un metro; los muros, fueron trabajados para hacer los espacios en que se inhumaba a los muertos. El hueco dejado era cercano al tamaño de un ataúd moderno.

Hay algunos espacios mayores donde se ven pinturas al fresco que representan escenas de santos y ángeles; de sacerdotes o dignatarios y calaveras, cientos de calaveras, algunas recubren los muros. No todas las tumbas fueron ocupadas; otras se ven tapiadas con ladrillos de barro cocido. Algunas zonas tienen los muros revestidos por losas de cantera tallada.

El grupo camina lento, mira con curiosidad los detalles; toman algunas fotografías con sus teléfonos celulares. Se detenían ante los murales, hay algunos de buena factura, otros un tanto burdos en su realización, pero todos interesantes; la mayoría eran motivo de diversas tomas fotográficas.

Vieron unas rústicas mesas de cantera sostenidas en columnatas del mismo material; tal vez sobre ellas se hacía la ceremonia de “Partir el Pan”, precursora de la liturgia que, con cambios y añadiduras se fue dando al paso de los siglos, hasta alcanzar la forma actual de los altares.

En tanto Elías tomaba sus fotografías, Jacob y Eleazar observaban con interés las pinturas que decoraban el ábside abovedado que rodeaba la mesa de piedra.

─Son pinturas al fresco ─expresó Eleazar─, por esa razón conservan su colorido original.

─Así es ─repuso Jacob─, esta técnica es la más antigua de la humanidad; de hecho, las muestras más arcaicas se encuentran en las grutas de Lascaux en Francia, de unos 30,000 años.

─En mi país ─afirmó Eleazar─, en la zona de la cultura Maya, utilizaron esta técnica, sobresale el llamado color Azul Maya, no conocido en ninguna otra parte; de belleza inigualable.

 ─Es cierto Eleazar, México contiene una gran riqueza arqueológica y artística, yo espero tener la oportunidad de unirme a alguna expedición a esa zona; muy amplia, por cierto, abarca desde Centroamérica, hasta el sur de México.

Entretenidos en estos detalles, el grupo de Elías se había separado del grupo del profesor Calahan; hicieron caso a la recomendación del profesor, observaban un muro en que una de las losas de cantera que recubrían el muro, presentaba ciertos detalles que al muchacho llamaron su atención.

Metros adelante se encontraba un joven, aparente estudiante, de reojo lo miró Elías; era un hombre de mirada huidiza, veía los folletos de información editados por el Instituto de Antropología; vestía un pantalón desteñido; una camiseta azul con un círculo negro y una cruz blanca al centro. Su color de piel era oliváceo y llevaba gafas de sol. Pensó en cualquier vacacionista.

Elías volvió su atención a las explicaciones del profesor, que se alejaba con sus estudiantes. La junta que notó en el muro pareciera un tanto abierta; la tocó e hizo un poco de presión, sintió que cedía. Antes de intentar removerla, tomó varias fotografías con su teléfono celular; en seguida, valiéndose de una herramienta fina, la introdujo en la junta abierta como palanca y la losa de unos veinte centímetros por lado, se desprendió. La sostuvo con una mano y con la otra tomó un par de fotografías.

 ─Ángela, ─llamó a su compañera─ por favor, toma mi teléfono, ponlo en video y graba lo que hago.

La joven hizo lo que le pedía Elías, en tanto su guia retiraba la losa del recubrimiento.

Se escuchó algún ruido y por un momento Elías volteó hacia donde procedía el sonido; el muchacho de los pantalones desteñidos lo observaba, tal vez pensó que Elías hiciera algo ilegal. Ignoraba el israelita, que ese joven era un vigilante, siempre pendiente de que surgieran nuevos hallazgos y que debería reportar a una oscura organización. El arqueólogo volvió a concentrarse en su tarea, se desentendió del curioso.

Se dio cuenta que parte de la pared de tierra caliza se había deprimido en su superficie. Con brochas y cucharillas empezó a retirar el relleno, un poco mayor que la losa que lo cubría. Trabajó entusiasmado, comprendía la importancia probable de su hallazgo.

Sin descuidar lo que hacía, pidió a Ángela que, sin dejar de grabar, hablara a Eleazar y Jacob para que se acercaran. Cuando los muchachos se llegaron, se dieron cuenta de lo que hacía Elías; a su pedido, alguno llamó por teléfono al maestro para informarle; él era el responsable de la excavación, debía darle cuenta de lo que se realizaba.

En pocos minutos Elías se vio rodeado por sus compañeros y el profesor. Dado que el espacio era reducido, el profesor permitió a Elías trabajar solo; a Ángela Pellegrini le pidió seguir la grabación del trabajo de Elías; Jacob y Eleazar le asistían para retirar el material que extrajera y acercarle las herramientas que requiriera.

El calor era intenso, había algunos ventiladores colocados en diferentes sitios, pero eran insuficientes. La concentración en lo que realizaba, aceleraba la transpiración; percibía un peculiar olor que salía de la tierra removida. Elías se detuvo, volteó hacia sus amigos mientras sacaba un pañuelo para enjugarse la cara. Entonces volvió a ver al muchacho de las gafas, se encontraba parado detrás de un grupo de curiosos que observaban su trabajo. Algo se removió en su interior y sintió un regusto amargo en la boca.  Volvió a concentrarse en su tarea.

Al fin, con una brocha empezó a agitar la punta de algo que parecía ser de tela; pidió a Jacob para que tomara las fotos con su teléfono y siguió en su tarea, concentrado, con calma. Ángela seguía con el video.

Una tela empezó a aparecer hasta quedar descubierta por completo; se dio cuenta que el lienzo no estaba suelto, envolvía algo. El profesor dejó en receso a sus estudiantes y se acercó a observar; tomó un par de fotos con su propio equipo, y permitió que el graduado descubriera el objeto, que resultó ser una caja de madera; indicó a Elías que cepillara alrededor del hallazgo.

Mientras tanto buscó unas bolsas de plástico dentro de su maletín. Cuando la caja quedó descubierta, la extrajeron con cuidado y sin descubrirla, la metieron a la bolsa impermeable y la guardaron en un maletín para evitar que el ambiente la fuese a dañar.

Felicitó a Elías y seguido por sus estudiantes que comentaban alegres y sorprendidos por el momento, nuevo para ellos, salieron de la catacumba. Como lo encontrado era propiedad del pueblo italiano, se dirigieron a las oficinas a reportar su descubrimiento. Se tomaron todos los datos y el permiso de excavación, así como el nombre del arqueólogo descubridor, doctor Elías ben Becker y el responsable del grupo, doctor Robert Calahan.

Ocupados en la oficina, nadie se dio cuenta que el hombre de los pantalones desteñidos extraía su celular y con pocas palabras informó:

─Han encontrado algo en la catacumba, ahora lo reportan. ─No obtuvo respuesta, cortó la comunicación─.

Dentro de la oficina, un empleado, colocado detrás de unos estantes llenos de papeles y carpetas, grababa el momento en que los arqueólogos entregaban al director el objeto descubierto. Ya tendría tiempo de averiguar los nombres de los descubridores.

 

Al día siguiente fueron citados al ministerio correspondiente y llevados al laboratorio del Instituto de Arqueología, donde ya los expertos trabajaban con los objetos descubiertos; en presencia del arqueólogo jefe de la expedición y del graduado y descubridor, fue retirado el lienzo, quedó al descubierto una caja de madera pulida de color negro, retiraron la tapa, dejaron a la vista el contenido: un vaso de barro cocido y vidriado, común en los primeros siglos del cristianismo, no tenía alguna característica especial que indicara el por qué había sido guardado con tales cuidados dentro de la catacumba.

El paño que la envolvía era sometido a la revisión de carbono 14 para datarlo de forma correcta; lo mismo se haría con la caja de madera.

Debajo del vaso, se encontraron varias hojas de pergamino escritas en arameo antiguo; las colocaron entre cristales para preservarlas del aire y el clima, para que luego de ser fotografiadas por los especialistas, fueran remitidas al departamento de lenguas muertas para su interpretación. El resultado de los estudios sería remitido a la Universidad de Tel Aviv para su conocimiento.

 

En tanto esto se desarrollaba en el Instituto de Arqueología, en otro rumbo de la ciudad, en una residencia del barrio de Trastévere. El joven del pantalón desteñido se encontraba en una oficina junto al que tomó el video en la oficina de la catacumba; eran atendidos por un hombre de edad madura; cabello ralo blanquecino; vestía un elegante traje gris de tres piezas, de diseñador, tal vez Armani.  

Relataron con lujo de detalles todo lo que habían observado, desde la llegada del grupo; Vitorio Gracci, el muchacho del pantalón desteñido tenía experiencia en esa labor de vigilancia dentro de las catacumbas; era uno de los varios “guardianes” de las reliquias depositadas en su interior y que la Hermandad de la Santa Cruz cuidaba de que no fueran sacadas del país de forma clandestina.

─Vitorio, ─decía el hombre elegante que los atendía─ el objeto que ha sido extraído de esa catacumba es el de mayor valor, incluso de todo el contenido en Roma y el mundo. Se trata del vaso que Nuestro Señor utilizó durante la Cena Pascual, antes de ser arrestado.

Los dos muchachos escuchaban fascinados lo dicho por el ejecutivo de la hermandad, del que desconocían su nombre y cargo, pero debería ser importante; el hombre que hablaba, de manos finas y manicuradas, vestido impecable y hablar reposado, así lo demostraba.

─Por ahora, Vitorio ─continuó el personaje─, debes mantenerte atento a todo lo que ocurra; la excursión de los judíos continuará; no los pierdas de vista. En cualquier momento serás requerido; algo deberás hacer, te lo garantizo.

Commendadore, no sé su nombre, ¿por quién debo preguntar?

─Oh, no te preocupes por eso, te haremos llegar un mensaje a tu teléfono con las instrucciones precisas. Ahora vuelvan a su trabajo… muy pendientes.

 

La expedición del profesor Calahan, siguió de acuerdo con lo planeado; Elías y sus tres amigos trabajaron por separado del grupo de novatos; siempre pendientes al leve indicio de cualquier cosa. Tomaron fotografías de murales, columnas, capiteles y arcos que se encontraban a su paso. Una gran impresión les causó encontrarse con un recinto que rodeaba una mesa con calaveras humanas; era un gran osario de cráneos superpuestos que miraban al frente.

Esto me recuerda ─comentó Eleazar─, los tzompantli de las culturas de Mesoamérica; eran una especie de cajas recubiertas de calaveras humanas, donde reposaban los cráneos de personajes importantes. Uno de ellos, de gran tamaño, impresionó a los conquistadores españoles que tomaron la Gran Tenochtitlán.

─Sí, he leído de ello, ─respondió Jacob─ por ello deseo participar en alguna expedición a tu país.

El relato de Esaú

Tiempo después se sabría en Jerusalén el contenido del manuscrito, que resultó ser de un joven llamado Esaú ben Ajshalom, seguidor de Yeshúa (Jesús) y el vaso resguardado era el que el propio Jesús había utilizado durante la llamada Última Cena, que se realizó en la noche de Pascua en que fue apresado, juzgado y crucificado el mes de Nissan del año treinta y tres de nuestra Era.

«─Esa noche ─relata Esaú─, fui uno de los servidores de los comensales en la Cena del Seder. A media tarde llegaron los apóstoles de Jesús, quien iba acompañado por Simón, Santiago y Juan. El Señor era un hombre alto, moreno como la mayoría éramos. Su mirada era firme, penetrante. Todo él emanaba fuerza.

─La cena se sirvió en el piso alto, lugar donde dormía la familia. Se arrinconaron sillas, mesas y utensilios y sobre caballetes se improvisó una mesa para los trece visitantes. Yo ayudé a colocar los platos y vasos y puse en el lugar central, donde estaría parado Jesús, un vaso vidriado en verde que tal vez de manera casual habían colocado ese, que era diferente del resto de los utilizados.

─La celebración del Seder dio principio ─continúa Esaú el relato─, en esos momentos yo no tenía trabajos que hacer, solo estar pendiente a cualquier llamado, por lo que me senté en la escalera, miraba el desarrollo de la cena. Yeshúa sirvió la primera copa de vino, levantó el vaso e hizo la oración de alabanza y dio gracias a Dios por haber sido liberados de la esclavitud. Luego tomó un poco de verdura; la mojó en el agua salada y la dio a los comensales; tomó el pan ácimo, lo repartió, cortó a la mitad y reservó una parte para el final de la cena. Entonces el más joven, Juan, hizo la pregunta:

─¿Por quá hacemos esta celebración?... ─todos respondieron─. “Un día fuimos esclavos del Faraón en el Egipto; entonces nos condujo el Eterno, nuestro Dios, fuera de allí”.

─El hombre mayor, Simón ─narra Esaú─, hace el recuerdo de las diez plagas; todos mojan el dedo en la copa de vino y dejan caer las gotas, no se beben. No se bebe por completo la copa de la alegría, porque en aquellos tiempos mucha gente sufría. Luego de la narración de la liberación, todos pronuncian el Hellel. Se bebe la segunda copa de vino y Yeshua partió el pan dio las gracias a Dios y repartió un trocito a cada uno. Tomó de las hierbas amargas, las sumergió en la salsa e hizo una oración de gracias; la dio a cada uno.

 

─Al terminar la cena, todos los asistentes bajaron por la escalera, nadie se fijó en ese muchacho parado a un lado para no estorbar el paso. En cuanto todos salieron, empecé a levantar platos y vasos; sin pensarlo, tomé el vaso vidriado en verde y lo guardé entre mis ropas. Bajé la escalera y salí de la casa; todos trajinaban para retirar la mesa y dejar lista la habitación para el reposo de la familia.

─Alcancé a ver que el grupo de seguidores de Yeshua se dirigía hacia la salida poniente de la ciudad, la del valle del Cedrón y el huerto de olivos. Vi detrás de ellos a mi amigo Marcos y quien me había acercado al grupo de Yeshua; yo me dirigí a mi casa porque debería celebrar el Seder con mi familia.

─Al llegar, guardé el vaso en lugar seguro; hice mis abluciones como ordena la Ley de Moisés y entré a casa a tomar mi lugar en la mesa. Al verme mi padre hizo un gesto de asentimiento y empezó la ceremonia.

─Esa noche, ya tarde, se escucharon urgentes llamados a la puerta; molesto mi padre preguntó quién llamaba. Escuché la voz de Marcos que me llamaba.

─!Esaú, David, vengan pronto, han detenido al Maestro!

─Mi padre también era seguidor de Yeshua, por lo que de inmediato retiró la tranca y ambos salimos; corrimos detrás de Marcos, lo llevaban al Sanedrín.

─Fue una noche larga, todos los seguidores y sus discípulos se habían ido por diferentes rumbos, temían ser detenidos por la guardia del Sanedrín; mi padre optó por volver a casa, Marcos y yo nos quedamos para tratar de saber algo; por ser unos chamacos, nadie se fijaba en nosotros. Horas después lo sacaron, atado de manos, para llevarlo a la fortaleza Antonia, para acusarlo ante el procurador Poncio Pilatos.

 ─Sus seguidores nos reunimos casi en secreto, escuchábamos a alguno de los discípulos que habían permanecido en Jerusalén. Nos relataban lo que Yeshua les había enseñado y esas enseñanzas eran transmitidas a las mujeres y los hijos; a los vecinos y a quienes quisieran escucharlas. A la muerte de Yeshua todo era tristeza, pero los discípulos decían que el Maestro había dicho que “pasados tres días, regresaría”

─Fue terrible verlo colgado del madero; los guardias no nos permitían acercarnos. A lo lejos vimos a María su madre, a Juan y otras dos mujeres, sentadas cerca de la cruz. Después de su resurrección empezaron a suceder algunas cosas asombrosas.

─Por esos días, mi madre enfermó de gravedad, pensábamos que se moría; tenía sed y me pidió un poco de vino; no hallaba en qué servirlo; entonces recordé el vaso verde, corrí en su busca y le serví a mi madre un poco del odre que teníamos. Cuando me acerqué a la cama de mi madre, el vaso se llenó de una luz maravillosa; tan sorprendido estuve que casi se me cae el vaso, que se sentía tibio; el vino rebajado con agua brillaba en un rojo intenso. Lo acerqué a la boca de mi madre que lo bebió con avidez; luego se durmió tranquila; la fiebre había pasado y su semblante era sereno. Volví a guardar el vaso y a nadie dije lo ocurrido.

─No obstante ─narra Esaú─, esta sanación de mi madre se supo en las reuniones que teníamos desde la muerte y resurrección de Yeshua y cuando se presentó la oportunidad por enfermedad de un hermano, me solicitaron el vaso; fui por él a mi casa y lo llevé a la del enfermo. Le sirvieron el vino y volvió a iluminarse y volverse el vino de un rojo intenso, ante el asombro de los presentes; ya no hubo duda, me pareció escuchar la voz de Yeshua cuando les dio vino a sus discípulos el día del Seder: «…esta es mi sangre, que será derramada por ustedes…»

─A partir de entonces se conservó el vaso en las manos de Simón-Pedro. Tiempo después se unió Saulo a nosotros. Nacido en Tarso e hijo de un romano y una mujer judía, se convirtió en feroz perseguidor de los seguidores de Yeshua, hasta que en un viaje a Damasco se le apareció el Maestro; perdió la vista y cuando la recuperó, se convirtió en tenaz predicador, viajaba por mar y tierra a diversas ciudades, donde sembró La Palabra.  Con el fin de aprovechar los viajes que iba a realizar, se le confió el vaso sagrado para llevar el Evangelio a otras ciudades. Las sanaciones que se realizaron al beber el vino convertido en Su Sangre incrementaron el número los seguidores de Yeshua, y yo me fui con él.

─En esos viajes conocí a Lucano, médico griego que no tuvo oportunidad de conocer a Yeshua y que se pasaba largas horas con Saulo, aprendía todo lo referente al Maestro. Algunos años después, Saulo fue apresado por los judíos, quienes lo acusaron de traición a Roma. Saulo adujo su ciudadanía romana y fue privado de la libertad durante dos años, confinado a una casa que rentaba el Estado. En ese lugar nos reuníamos sus seguidores y por sugerencia del Apóstol de los gentiles, el vaso fue resguardado por Félix Aurelio, romano convertido a la fe que dirigió por varios años la comunidad que era llamada cristiana. Ya entonces nos reuníamos en una catacumba excavada extramuros de la ciudad, para depositar los cuerpos de nuestros hermanos dormidos en el Señor, las persecuciones a los cristianos se intensificaban.

─A mí, Esaú ben David, de cuarenta y seis años, se me confió la tarea de buscar un sitio apropiado para conservar el vaso sagrado, que se utilizaba una vez al año, durante el Seder. Al volverse violenta la persecución en tiempos de Aureliano, elegí para ocultar el vaso uno de los muros de la catacumba; acompañado de un fiel amigo, excavamos una pared; el vaso fue envuelto en un lienzo limpio depositado en una caja de madera tallada y debajo de él esta carta. Si alguna vez se localiza, será por voluntad del Maestro. La paz del Señor le acompañe. El relato escrito en hojas de pergamino se colocó para dar testimonio del valor del vaso sagrado.

─A pregunta expresa de Saulo, le comenté que fui consagrado a Dios cuando me circuncidaron. Que por mi amistad con Marcos, me hice seguidor de Yeshua, hasta su muerte y resurrección.

─Nunca me casé y dediqué mi vida a transmitir el Evangelio de Yeshua; cuando Saulo fue llevado a Roma, yo lo seguí también. Lo visité día tras día durante los dos años que estuvo detenido en la casa alquilada y que era vigilada por un soldado. Esaú murió anciano en el año ochenta y el vaso pasó, para su resguardo, entre los amigos varones, hasta que, durante la persecución de Diocleciano fue ocultado en la catacumba, fuera de la ciudad.

─En la catacumba se reunían los hermanos a partir el pan y cuando alguno estaba enfermo de gravedad, el poseedor del vaso lo sacaba, todos los reunidos hacían oración a Dios, escanciaban vino y se lo daban al enfermo; las sanaciones se repitieron, según indicaba el manuscrito»

 

El manuscrito no indica por qué razón fue tapiado el hueco donde se conservaba. Por el sitio donde fue hallado, un habitáculo de respaldo semicircular y al frente una pequeña mesa de mármol, se supone que era, en ese tiempo, la Mesa del Servicio, lo que en la actualidad son los altares para la celebración eucarística y el sagrario o tabernáculo, donde se reserva el Pan consagrado.

Esta fue la conclusión del informe de la Dirección Arqueológica Italiana. En la realidad no se podía obtener otra información de los tres objetos encontrados y su sitio de descubrimiento. Para los israelitas eso fue suficiente.

 

2015

La temporada de excavaciones terminó y todos se retiraron a Tel Aviv; unos a finiquitar sus estudios o trámites de terminación; algunos a integrase a grupos de trabajo, ya como graduados y el resto, los novatos, a iniciar el Primer año de la carreara.

El profesor Calahan, director de la carrera, se encontraba ocupado en organizar los grupos y designaba maestros para las diversas materias del primer grado. Elías fue recibido como investigador en el departamento de arqueología. Su novia, Ángela Pellegrini estaba contratada como maestra para los novatos, en tanto iniciaba su doctorado en culturas centroamericanas. Eleazar, al igual que Ángela, fue nombrado maestro de primer grado e iniciaba su doctorado en cultura Olmeca. Por su parte, Jacob fue incorporado a una expedición que se preparaba para trabajar en Medio Oriente.

 

    Tiempo después, los doctores Robert Calahan y Elías Rosenberg, eran notificados por el Instituto Arqueológico de Roma. Se habían concluido los estudios referentes al vaso de cerámica vidriada y la traducción de los pergaminos hallados en el mismo sitio. El vaso de cerámica y los pergaminos correspondían al primer siglo de la era cristiana. El contenido del manuscrito, que resultó ser de un hombre llamado Esaú ben Ajshalom, seguidor de Yeshúa (Jesús), era el depositario del vaso que había utilizado el Maestro durante la llamada Última Cena, que se realizó en la noche de Pascua en que fue apresado, juzgado y crucificado el mes de Nissan del año treinta y tres de nuestra Era. Se narran también diferentes sanaciones milagrosas que se atribuían al mencionado vaso, que, en el momento de verterle vino, se iluminaba de forma inexplicable, dando la salud a quien bebía el contenido. Sin que se sepa el por qué, se encontraron posos casi microscópicos de lo que podría ser sangre. Debido a la escasez de material, no se puede determinar si es sangre humana o animal. En cuanto al análisis de la tela que envolvía el vaso, fue fabricado con lino de la región de Israel y, según el análisis de carbono 14, fue elaborado alrededor del 50 A. C. Su buena conservación es debida a la carencia de luz y aire donde se ocultó.

 ─Felicidades, Elías ─expresó sincero el doctor Calahan─, me siento orgulloso y honrado de haber sido tu maestro, de alguna forma haber participado en este importante hallazgo.

─Maestro, me preocupa la seguridad del vaso, me han llegado noticias de que existe una organización preocupada por recuperar los elementos materiales que se utilizaron durante la vida de Jesús de Nazaret. Es un grupo que se mueve en la clandestinidad y cuenta con suficientes recursos económicos para llevar a cabo su tarea.

─No debes preocuparte por ello, Elías, al conocer la Iglesia católica el descubrimiento del auténtico cáliz utilizado por Jesucristo en la cena de Pascua serán los primeros en intentar resguardarlo en las bodegas del Vaticano, ese vaso se ha tomado, dentro de la Liturgia como elemento central de la Eucaristía. Para el museo de Israel, solo es un vaso de barro de la época cristiana. La iglesia tratará de obtenerlo, aunque es reacia a reconocer efectos milagrosos como los que señala la carta.

─Tiene razón, maestro, espero que, el vaso se encuentre a resguardo y que lo podamos ver en alguna exposición.

─Veo difícil que eso ocurra, durante toda la historia se ha mencionado un cáliz hecho de algún metal valioso, contra toda lógica, dado que los apóstoles y sus seguidores en su gran mayoría eran gente sencilla y no se menciona en los Evangelios que la cena pascual se hubiese celebrado en una casa de ricos.

La Hermandad de la Cruz

En la ciudad de Roma, el año de 1920, pasada la I Guerra Mundial, se reúnen un grupo de religiosos con fieles, devotos y ricos feligreses. La reunión la encabeza el cardenal Mássimo Lessi, con voz y representación del papa Benedicto XV, se aprestaba a firmar la carta de constitución de la Orden laica La Hermandad de la Cruz; dirigida y patrocinada por diversas personas de intachable pasado, quienes habían elegido por unanimidad a Leopoldo Alessandri, acaudalado naviero veneciano, como canónigo honorífico para regir el capitulum de la Orden.

La función encomendada y que deberían seguir con celo y con plena tolerancia papal, es el cuidado y salvaguarda de los objetos sagrados existentes en templos, conventos, casas particulares y visibles u ocultos en las catacumbas de Roma. Con el fin de actuar en plena libertad, podrían operar en la clandestinidad, si así era aprobado por el Capitulum.

Dicho órgano colegiado sería elegido en un principio por el cardenal Mássimo Lessi, que haría una investigación profunda en el pasado de los candidatos, con el fin de elegir a los hermanos legos que ocuparían tan honroso lugar. El cargo era de carácter vitalicio y siempre se mantendría una lista de los posibles sustitutos, tanto para canónigo, así como para los cinco hermanos legos que compondrán el Capitulum.

La sede de la Orden estaría en el barrio de Trastévere, en una casona del siglo XVII; un florido jardín frontal impedía imaginar lo que era la Orden. La casa, sobre elevada un metro del jardín contaba con una breve escalinata de mármol; dos leones del mismo material custodiaban el paso que daba acceso a una agradable galería sostenida por columnas de orden jónico. La puerta principal, de hierro forjado con cristales biselados, se encontraba al centro de la fachada; del lado derecho ostentaba un escudo de armas: sobre fondo azur; un círculo en sable y al centro, en plata, una cruz. En la parte alta del escudo, sobre un gafete la leyenda “Fratrum S. Crucis Christi”.

 Vitorio  Gracci entró a la casa, el guardia de servicio le saludó y le indicó que esperara a que le llamaran ─Tomó una revista y la hojeó sin leer, veía las fotografías─.

─Vitorio, ─le llamó la agraciada secretaria con una sugestiva sonrisa─ puedes pasar, el jefe te espera.

Con paso seguro, Vitorio abrió la puerta y entró a un amplio despacho donde lo esperaba el jefe. Una lámpara encendida a su espalda impedía verle el rostro.

─!Informa Vitorio!, ─pidió con energía─ ¿qué noticias me tienes?

─El chico del Instituto, me ha comentado que se terminaron los estudios de datación del vaso y el lienzo, lo dataron de forma correcta. Primer siglo de esta Era.

─Es lo que esperábamos, ¿sabemos ya en dónde conservarán el vaso?

─Aun no, señor, se encuentra en el laboratorio, pero parece que hay la intención de obsequiárselo a la Universidad de Tel Aviv, consideran que es tan común como los cientos de cacharros desenterrados en diversos lugares de Roma.

─!Vaya semejante tontería! Si supieran lo que tienen entre manos, caerían de rodillas ante el vaso. ¡No podemos perderlo de vista!, instruye a tu contacto para que te informe de inmediato ante cualquier movimiento que pretendan. El Vaso Sagrado no debe abandonar Roma. A cualquier costo debemos recuperarlo.

─Existe la intención de que la Santa Sede lo pida para su custodia, quiera Dios que se los entreguen.

El hombre misterioso quedó en silencio, jugueteaba con un lápiz, pensaba en lo que deberían hacer. Volvió a hablar.

─¡Retírate Vitorio! y mantén los ojos abiertos. A cualquier hora, de día o de noche, tienes el teléfono abierto y puedes llamar a Lucía si es urgente, ella sabe dónde localizarme.

El joven de la playera azul y pantalón desteñido salió del despacho. Al pasar frente a la secretaria, le guiñó un ojo, la chica le sonrió.

Abandonó la casa, a paso lento cruzó el río por el puente Garibaldi, caminó por Arenula a la plaza del Cienci; entró en un barecito tranquilo donde lo esperaban sus dos amigos, Miguel Ángelo y Tomassino.

─Aló, chicos ─saludó al llegar─, la cosa se pondrá buena, pero debemos esperar. Tú, Tomassino, deberás estar pendiente para enterarte cuando saquen el vaso del laboratorio y a dónde lo llevan. Miguel Ángelo, revisa la correspondencia para saber si lo sacan del Instituto, a dónde lo llevan y por qué medio de transporte. Me avisas cualquier movimiento, no importa la hora en que se haga.

Tomassino tenía sus contactos en el laboratorio donde estudiaban el vaso. Un empleado del almacén general le avisó que en dos días se enviaría a la Universidad de Tel-Aviv, no obstante, la petición directa del Papa Benedicto, argumentaban que, siendo una pieza fundamental para la cristiandad debería estar en el Vaticano para su custodia.

De inmediato Tomassino comunicó a Vittorio la decisión tomada. Hizo una llamada telefónica al jefe, que le indicó que pasara a una cierta pensión donde le proporcionarían una furgoneta cerrada con un comando especializado para esas operaciones. Estarían pendientes.

Tomaasino citó en un bar a su contacto en el laboratorio, Luca, un hombre de cuarentaicinco años, astuto y un fundamentalista católico, dispuesto a dar la vida en defensa de sus creencias. Enteró que se preparaba su traslado al aeropuerto para el envío de la pieza a Tel-Aviv.

Tomassino le entregó una caja con una bomba de humo, con un reloj de retraso de quince minutos, que intentaría colocar en el vehículo que llevara la pieza. Al colocarla debería ponerla en acción, procuraría que no fuera con mucha anticipación para evitar que funcionaria antes de la salida del transporte. Mediante una llamada al celular le indicaría el momento de la partida, ya tenían dos automóviles dispuestos en distintos sitios de la ruta, en los posibles puntos del asalto.

─Luca, le indicó─, cuando tengan todo dispuesto me pones un mensaje por WhatsApp indicas si es una caja, o portafolios o cualquier tipo de envase, para no perder tiempo en buscarla. Tú sigue con tu trabajo y no te hagas notar.

 

En tanto esto ocurría en Roma, en la universidad de Tel Aviv, Elías y sus amigos, los descubridores de la valiosa pieza, por su carácter histórico, preparaban un discurso que debería decir ante los alumnos de la institución. El hecho le daba relevancia en el ramo de la arqueología mundial. Se encontraban en el cubículo asignado a Rosenberg.

─Qué emoción, ─decía Ángela─ este hallazgo te hará muy famoso, en particular en los países católicos. Todos tratarán de conocer el famoso vaso de Jesús.

─Una vez leída la carta que da crédito al vaso, ─expresó Eleazar─ ¿qué piensan los judíos respecto a las curaciones milagrosas que mencionan? ¿Ayudará ello a que rectifiquen lo referente al mesías anunciado?

─Es difícil predecirlo, ─repuso Alazraky─ mas de mil años no fueron suficientes para que la comunidad judía de su tiempo creyera en Jesús, no veo porqué cambiarían ahora.

─Recuerdo ─intervino Ángela─, lo que el propio Jesús les dijo: «ustedes creen en mí no por los signos que han visto, sino por el pan que comieron hasta saciarse»

─Por mi parte y tal vez por conveniencia personal ─dijo Elías─, y dado que este es el motivo de mi estudio arqueológico, sí creo que, ante esta evidencia, Jesús sí fue el mesías esperado. No obstante, mis paisanos son reacios a creer en algo que contravenga lo dicho en la Torá y la Mishná. Veo muy difícil que esta evidencia los haga cambiar de punto de vista.

─En todo caso ─volvió a intervenir Jacob Alazraky─, tal vez tengan que pasar otros mil años para que nuestros teólogos lo asimilen y la comunidad lo empiece a aceptar.

─Me temo que eso sucederá ─concluyó Eleazar en el momento en que sonó la campana para el reinicio de clases─.

Todos se dirigieron a continuar con sus actividades, excepto Elías, enfrascado en el mensaje que dirigiría a la comunidad universitaria. Ya para entonces su mente era un mar de confusiones, «¿será esto mi camino de Damasco?» ─pensaba─.

 

En el Vaticano, donde se había recibido de forma clandestina una fotografía del vaso y copias del escrito original y de la traducción realizada, todo era nerviosismo.

─De ser esto cierto, Santo Padre ─comentaba un monseñor ante el papa Francisco─, ¿qué podemos decir ante tantos santos griales que se han “descubierto” al paso de la historia?

─Ninguno de ellos ha sido aceptado por el Vaticano ─dijo rotundo─, este nuevo hallazgo, con todo y la carta que lo acompaña, será sometido al estudio profundo de nuestros especialistas, en tanto, no podemos aceptar nada, es uno de tantos que se tomará con las debidas precauciones. La Iglesia no tiene prisa en demostrar nada, para nosotros, dos mil años de historia son suficientes.

─Los asistentes a la reunión guardaron un respetuoso silencio, no se podía contradecir al Santo Padre en una cuestión tan incierta.

Una vez terminada la reunión donde se habían discutido otras cuestiones, dos obispos americanos se reunieron en privado.

─¿Qué piensa usted, monseñor Salinas, de todo este asunto? ─preguntó el obispo Bridge─.

─Creo que es posible que mi comunidad crea esta situación. Es un pueblo devoto, fiel creyente de nuestra doctrina y en lo personal le doy credibilidad a este humilde vaso de cerámica vidriada sobre un santo grial de oro y joyas preciosas.

─Razonable, monseñor Salinas, la comunidad cristiana de los primeros dos siglos, eran gente humilde, pastores y agricultores con una producción de subsistencia y casi esclavos de los señorones que podían disponer de grandes vestidos y joyas. Jesús, hijo de un carpintero rural, no vivía muy por encima de sus vecinos.

El rescate

De acuerdo con lo convenido, Luca hizo la llamada telefónica. Fue lacónico.

─Mercedes Benz Blanco.

Poco después, en mensaje escrito, puso: Maletín de cuero.

Desde temprana hora la furgoneta y un Fiat 1100 gris custodiaban las calles por donde debería pasar el auto blanco para dirigirse al aeropuerto. Las calles estrechas de Roma les facilitaban la operación.

Al paso del Mercedes Benz, el equipo del Fiat siguió detrás de ellos. Calles adelante y en el momento oportuno la furgoneta bloqueó el paso del auto, en el instante que la bomba de humo explotó. El Mercedes se detuvo, de inmediato salieron dos hombres con metralletas Uzi y chalecos antibalas, eran agentes de la unidad antiterrorista de los Carabinieri, adiestrados contra ataques sorpresivos.

La explosión de la bomba abrió el maletero del Mercedes. Los hombres de la furgoneta empezaron a disparar contra los agentes policiacos, en tanto, cuidaban de no quedar al alcance de las balas de sus compañeros, los pasajeros del Fiat se apoderaron del maletín. Los agentes se encontraban heridos y los asaltantes con el maletín abordaron la furgoneta y escaparon a toda velocidad. Cuando se presentó una unidad de los Carabinieri, dieron auxilio a los heridos y otros se pusieron a dar alcance a los delincuentes.

Les llevaban mucha ventaja y el tráfico de la mañana les complicó la persecución a los policías. En cuanto a la furgoneta, cambió de dirección en un callejón y entró a un garaje abierto que ya los esperaba. En el trayecto sacaron el vaso y tiraron el maletín.

Tranquilo ya y a salvo de la persecución, Vittorio escribió un mensaje para la Hermandad de la Cruz: “El bebé salió de cuidados intensivos, en unas horas lo darán de alta y cuando no haga tanto calor, lo llevaremos a casa”

Cuando el elegante caballero de los trajes Armani leyó el mensaje, que a su secretaria se le hizo muy extraño, lo entregó e inocente preguntó:

─¿Su nietecito estaba enfermo, comendatore?

─Un poquitín, signorina, ─dijo sonriente─.

 

 En el Garaje, Vittorio envolvió en una franela gris el valioso vaso y lo guardó en una mochila estudiantil, similar a la que todos los chicos portan a toda hora. Utilizando una patineta eléctrica salió de un departamento que tenía comunicación con la pensión de autos. Sin poder circular a gran velocidad por los transeúntes Vittorio Grassi se dirigió al Trastévere, a la sede de la Orden de la Cruz.

El joven italiano se sentía ufano, se movía alegre entre los sorprendidos viandantes que se hacían a un lado para darle paso al singular vehículo. Entre el tráfago mañanero, nadie tomó en cuenta un casi silencioso dron que seguía la ruta de Vittorio. Solo bastó un disparo bien dirigido para poner fuera de acción al portador del vaso sagrado. Del lugar convenido se acercó un joven, tomó la mochila y siguió caminando, dobló en una esquina y abordó una elegante limusina que aguardaba con el motor encendido. Silencioso se integró a la circulación.

 Vittorio sangraba por un hombro y recobrado el conocimiento se comunicó de inmediato con sus superiores, le indicaron no decir nada y llegar a la sede de la Orden para que recibiera los primeros auxilios. Ciudad inconsciente, todos se mueven veloces a cumplir con sus propias actividades y nadie se conmueve de un chico que cayó de su patineta, «imprudente» pensarán y seguirán adelante.

─¿Y bien, Vittorio?, ─le interrogó el misterioso personaje detrás de la luz─ ¿qué fue lo ocurrido?, desde luego no fue un hurto callejero, te hubieras percatado de quien te arrebataba la mochila. Dime cómo ocurrió.

─No sabría cómo explicarlo, commendatore, no escuché nada extraño, ni nadie se acercó a mí, iba a buen paso en la patineta y de pronto sentí un golpe en el hombro y perdí el equilibrio. No sé cuánto tiempo pasaría, volví en mí y ya no tenía la mochila.

─Muy extraño todo esto. Veremos qué nos pueden mostrar las cámaras de video de la calle, ─el hombre pulsó un botón y dio unas instrucciones─ dadme imagen de la Vía della Trinitá.

En breves minutos tenía en la pantalla de su computadora las imágenes de la mencionada calle en su aproximación al puente para llegar al Trastévere. Ubicó con claridad el recorrido que iba teniendo Vittorio, de pronto pareció perder el equilibrio y cayó, golpeándose la cabeza. No se ve nada fuera de lo común, solo al joven que se lleva la mochila y camina tranquilo hasta la esquina, entonces se pierde el muchacho. Tal vez un francotirador, cosa improbable por la cantidad de gente que lo rodeaba. Luego de pensarlo volvió a utilizar el intercomunicador.

─!Que se presente el médico que atendió a Vittorio!

Cinco minutos después se presentó el doctor Russo

─A sus órdenes commendatore, ¿en qué puedo servirle?

─Usted acaba de atender a este muchacho, ─señala a Vittorio─ ¿qué lesiones presenta?

─Una herida por arma de fuego que interesó el trapecio sin lesionar huesos. Una salida limpia.

─¿Cómo supone usted, doctor, que pudieran haberle disparado entre tanta gente?

─No lo había considerado así. Un disparo de cerca, por la espalda, pero el ángulo de disparo es imposible, deberían poner el arma por encima de la cabeza de Vittorio, pero moverse a la misma velocidad que él, imposible hacerlo, además habría residuos de pólvora, no se detectaron.

─¿Qué tan arriba se imagina?

─Fue una bala de calibre pequeño, disparada tal vez desde lo alto de una azotea. Pero el movimiento y la velocidad lo harían muy difícil, aun con mira telescópica.

─¿Desde un helicóptero?

─Sería posible, commendatore, pero supongo que el ruido hubiera sido tan fuerte, que hubiera llamado la atención de Vittorio. No lo menciona.

─¿Tal vez un dron con cámara de precisión para controlar el disparo?

─Parecería ciencia ficción, pero creo que solo lo tienen Israel y Palestina y tal vez algún grupo terrorista árabe.

─Le agradezco sus observaciones, doctor Russo, me ha dado claridad y creo que ya sé por dónde empezar.

─Vittorio ─indicó al mensajero─, vete a descansar, permanece en casa para localizarte en caso de ser necesario. Te repondrás pronto.

El hombre ocupó el comunicador de la oficina.

─!Que venga de inmediato Hugo Ferrari!

─A la orden, jefe ─dijo saludando de forma marcial, estaba- en posición de firmes, como militar─.

─Coronel, le tengo una misión especial y urgente, necesito que mueva a su gente, la mejor preparada y eficiente. Tal vez esta sea la misión de mayor importancia en su carrera en el Servicio Secreto.

Con calma y de forma clara, le explicó al militar lo que estaba en juego y cómo se había llegado a tener posesión del vaso en el que Jesús dio a beber el vino a sus apóstoles en la Cena de Pascua e instituyó la Santa Eucaristía. El coronel Ferrari escuchaba sorprendido lo relatado por su jefe y comandante. Al terminar de escuchar el relato, emocionado y con los ojos húmedos, expresó:

─Commendatore, ofreceré mi vida de ser necesario, pero prometo a Nuestro Señor que Su Vaso, volverá a donde debe estar, en el Vaticano.

 

La limusina negra entró a un hangar privado del aeropuerto Fiumicino, donde los esperaba un avión Lear de dieciséis plazas. En cuanto los pasajeros estuvieron a bordo, el avión pidió permiso para despegar, lo enviaron a la cabecera oeste para formar detrás de Air France y un Iberia. Quince minutos después estaban en el aire con destino al aeropuerto Beersiva de Israel.

Samael Baruch encabezó el comando que recuperó el vaso y era el dirigente de una organización fundamentalista Judía, a costa de lo que fuera, se lograría que el pueblo judío siguiera a la espera del Mesías anunciado por los profetas. La organización era financiada por empresarios multimillonarios de distintas nacionalidades. En el aeropuerto ya los esperaba un Jeep para trasladarlos a unas cabañas en la frontera con Jordania. Cinco hombres formaban el comando encargado de recuperar el vaso, llevarlo a Israel y ocultarlo durante los siguientes mil años.

El comandante Samael, cuyo nombre significaba veneno de Dios, en su Brit Milá, sus padres le eligieron ese nombre y lo consagraron a Dios, con la promesa de salvaguardar la integridad de la Torá y la Ley Mosaica. Cuando sus contactos de la Universidad de Tel-Aviv le enviaron la fotografía del vaso y la traducción del pergamino escrito en arameo, no dudó un solo instante de que debería de recuperar el vaso y volverlo a perder. Quedaban las fotografías y el manuscrito, pero sin el vaso que realizaba esas supercherías milagrosas, nada podían probar. Ya con el tiempo se encargarían de destruir los documentos respectivos.

Con sus contactos en los servicios de inteligencia de Israel e Italia, pronto tuvo la información necesaria para preparar la operación de rescate, traslado y ocultamiento del vaso. Miembro Veterano del Mossad, sabía organizar operaciones casi quirúrgicas. El Servicio Secreto israelí le facilitó el dron equipado con el equipo especial para eliminación selectiva de enemigos. Sus cuatro subalternos eran miembros activos y fundamentalistas convencidos de que trabajaban al servicio de Dios. Casi cuatro mil años de historia judía no se cambiarían por un vulgar vaso de barro.

A partir de que el equipo de rescate llegó a la frontera jordana, Samael se movería a solas, con ello se evitaría alguna indiscreción involuntaria o que llevara un estímulo económico, confiaba por completo en su equipo, pero confiaba en realizar a solas esta operación. Se encerró en su habitación, se colocó el Kipá, encendió la Menorah y se ató las faltriqueras, se ajustó el taledo, se puso el talit sobre los hombros y extrajo el Talmud. Oró toda la tarde y cuando el sol se ocultó, con reverencia guardó sus elementos de oración. Envuelto el vaso en un lienzo blanco, lo guardó en una caja de madera y todo preparado lo echó en su morral, envuelto en sus ropas personales.

Sus hombres acompañaron a su comandante hasta la frontera y por oscuros caminos evitaron las patrullas jordanas que cuidaban la línea con Israel. Siguió una ruta de montaña y ya cuando amanecía llegó a una cabaña ocupada por seudo jordanos, israelitas en posiciones de avanzada que hacían la vigilancia de las partidas militares. Todo el día descansó con los soldados, comió y bebió agua en cantidades suficientes para un día de marcha.

 Al anochecer, Samael llegó a unas minas de carbón abandonadas, extrajo una lámpara de baterías y una de luz ultravioleta; en sitios adecuados revisaba con la luz especial e identificaba las marcas que en alguna ocasión él mismo hizo, con el fin de ocultar armamento en esa mina, fuera de la vista del ejército jordano. Alejado cerca de tres kilómetros de la boca de la mina, con su equipo de zapa excavó una cavidad suficiente para ocultar la caja, la protegió con piedras y con una pequeña cantidad de explosivo C-4 hizo explotar el techo de esa zona de la mina, con el tiempo suficiente para ponerse a salvo, a unos metros de la salida. Justo cuando iba a salir, escuchó los pasos y la charla de unos soldados que hacían la ronda en los alrededores.

En cuanto se alejaron un poco, salió de la mina y se ocultó detrás de unas rocas, en el preciso instante en que detonó la bomba que cerraba la mina por completo. Al escuchar la detonación, los soldados regresaron a ver qué había ocurrido, vieron que salía polvo del interior de la gruta.

Atribuyeron la explosión a acumulación de gas grisú, cosa frecuente en esas viejas minas. Lo anotaron en su bitácora para hacer su parte de novedades. Por la noche Samael regresó a la cabaña donde había pernoctado, agradeció a Dios que le hubiera permitido cumplir con su tarea, cenó con calma y durmió a satisfacción.

 

Tres días después el comando se encontraba en Tel-Aviv, celebraba su éxito en un bar de las cercanías de la universidad.

 En la casa de la Orden de la Cruz el ambiente era pesado, habían citado a todos los participantes en la operación de custodia del vaso. Hasta ese momento no podían encontrar a quienes habían herido a Vittorio y robado el vaso sagrado. Revisaron personas que hubieran entrado a Roma una semana antes y salido una semana después. La revisión de cámaras urbanas no detectaba nada sospechoso. Si acaso unos chicos volando un dron en una azotea, pero investigado el caso, se trataba de unos estudiantes israelitas becados en el Instituto, jugaban con un dron armado por ellos mismos.

 La noticia en la Universidad de Tel Aviv, fue un balde de agua fría para Elías y sus amigos, así como para el profesor Calahan, quienes ya tenían preparado el discurso de recepción de la preciada reliquia encontrada por el recién graduado de doctorado Elías Rosenberg. Quedaban como testimonio las fotografías y videos hechos durante el descubrimiento, así como las cartas que relataban la historia del vaso y los análisis efectuados a los objetos encontrados en la catacumba romana.

 

 

FIN

 

Sergio A. Amaya Santamaría

Febrero de 2020

Octubre de 2021

Playas de Rosarito, B. C.